Quedan muy lejos los días en que, en la región
asturiana, surgieron las xanas. Ya habían muerto los primeros reyes de Asturias
y por el año de 783, al subir al trono Mauregato, el bastardo hijo de Alfonso I[1],
ante el temor de verse atacado por los moros, tuvo un momento de debilidad. En
el deseo de que sus vasallos viviesen tranquilos, para garantizar su
estabilidad en el trono concertó un tributo de cien doncellas al año al rey
moro de Córdoba, que éste entregaría como esposas a sus mejores guerreros.
Ya habían llegado a Oviedo los encargados de recaudar
aquel oneroso tributo. Las gentes, atribuladas, con el llanto en el corazón,
impetraban a Dios ayudas. Al pasar por una quintana, cobijada a la sombra del
altivo Naranco, tropezaron los moros con una bellísima joven a la que
pretenden prender como preciado rehén.
Jimena, que así se llamaba, era una dulce joven que
servía diligentemente a sus ancianos padres y que vivía agitada por una sola pasión:
un invencible deseo de bailar que la dominaba de tal manera que, cuando
caminaba por los sinuosos senderos del Naranco, sus pasos eran más bien una
dulce danza que un andar tranquilo.
La linda muchacha les dijo que no tenía ningún inconveniente
en acompañarlos, que gustosa marcharía con ellos, pero que antes le gustaría
ejecutar algunos pasos de baile en un bosque cercano, donde nace la Fuente de la Ilusión. Incautos
aceptaron los soldados la invitación de Jimena, y todos se fueron al robledal
donde tenía su nacimiento la cantarina fuente.
Mas, al llegar a ella, la joven introdujo su mano en
el agua y, con voz poderosa, gritó:
-¡Madre, váleme!
Del pequeño remanso que formaban las aguas en el prado
surgió una anciana de muy bellas facciones que ordenó a los guerreros:
-¡Soldados, convertíos en mansos corderos que comen la
hierba!
Así sucedió. Los guerreros moros se transformaron en
corderos.
Al ver que no retornaban los soldados, ni había
noticias de las cien doncellas que habían de ser entregadas al califa de
Córdoba, poniéndose en lo peor y temiendo represalias, el propio rey Mauregato
se puso en camino para averiguar lo sucedido.
En su peregrinar llegó una tarde a la quintana del Naranco,
donde vivía la bella Jimena. El rey preguntó a la joven:
-Dime, ¿qué sabes de los soldados?
Jimena, señalando unos corderos que pastaban en cercano
praderío, respondióle:
-Ahí están, rey.
Turbado por el acontecimiento, el rey preguntó a la
joven sobre la manera de romper el encanto, a lo que informó que tan pronto
como escindiera el concierto de las cien doncellas con los moros, volverían a
tomar su forma de personas. El rey lo juró y se deshizo el sortilegio.
Mas el mezquino monarca no cumplió su palabra, por lo
que, sigue afirmando la tradición, la doncella tuvo que pagar su tributo
convirtiéndose en xana de la
Fuente de la Ilusión[2].
Leyenda mitologica
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[1] Según la tradición asturiana, Siselda, la madre de Mauregato, había
vivido en la torre de Campo de Caso; cfr. BELLMUNT, O., y CANELLA, F.,
Asturias, T. III, Gijón 1900, p. 238: CABAL, C., Diccionario folklórico de Asturias. T. V, Oviedo 1958, p. 261.
[2] Como habrá advertido el
lector, es una nueva versión del tributo de las cien doncellas. Nos proporcionó
la leyenda Constantino Cabal, el gran etnólogo asturiano, el 21 de mayo de
1963.
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