En palabras de nuestros cronistas, era el arzobispo de
Santiago, Ataúlfo, hombre «señalado en linaje, letras y santidad»[i].
Habíale distinguido el rey Bermudo II[ii]
con su confianza y a él recurría en demanda de consejo, cuando los negocios del
Estado lo requerían. Esta predilección real despertó celos en ciertos nobles
gallegos que, conspirando contra él, enviaron emisarios al monarca para
avisarle de que el prelado era de raza mora y de que mantenía secretas embajadas
con ellos encaminadas a entregarles Galicia.
Pecó el rey de ingenuidad e irritado contra el
arzobispo, que así pagaba la confianza en él depositada, le envió propio a
caballo para que, en el plazo de una semana, compareciera en Oviedo.
Púsose el obispo en camino, olvidando sus muchos años
y, tras cien penalidades, llegó una mañana a Oviedo. Entró en la basílica de
San Salvador, asistió al rezo de las Horas y celebró la santa misa.
Supo el rey de la llegada del prelado y, dolido de que
no hubiera ido directamente a Palacio, ordenó que dispusieran un toro bravo en
la plaza de la basílica del Señor San Salvador para que arremetiera contra el
prelado cuando saliera de sus rezos.
Encerraron, pues, el toro en la plaza y, cuando el
mitrado salió del templo, con paso sereno y el rostro rebosante de paz, «el
toro llegó al obispo humilde y tan manso que parecía le quería besar los
pies»; asióle el obispo por los cuernos y quedóse con ellos en las manos.
Revolvióse el animal, tornóse presto fiero y arremetió con brío contra los
calumniadores, encaminándose luego al campo.
Volvió el arzobispo Ataúlfo al templo, dio gracias a
Dios por el prodigio y colocó los cuernos sobre el altar.
El rey, que había presenciado el espectáculo desde los
balcones de su real alcázar, supo entonces de la justicia divina y de la
inocencia del virtuoso pastor de almas.
Aseveran los cronistas que «los cuernos estuvieron
colgados mucho tiempo en la capilla mayor de esta iglesia, aunque ahora no
hay noticia de ellos»[iii].
Leyenda religiosa
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[i] MARAÑÓN DE ESPINOSA, A., Historia eclesiástica de Asturias, Gijón
1977, p. 55. No difiere mucho Carvallo al referirnos que era «varón de santa
vida y costumbres y mucha piedad y religión»; CARVALLO, L. A., Antigüedades y cosas memorables del
Principado de Asturias, Madrid 1695, p. 281.
[ii] No son concordes los
cronistas a la hora de situar los hechos. Mientras unos, como Rodrigo Jiménez
de Rada y Luis Alfonso de Carballo, se inclinan por el reinado de Bermudo II,
otros, como Marañón, los sitúan en los días de Ordoño I.
[iii] MARAÑÓN DE ESPINOSA, A.,
o.c., p. 56.
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