El pueblo, que en todas partes y en todos los tiempos
ha dado fácilmente crédito a lo maravilloso y fantástico, que por su mismo
candor es impresionable a lo que de pronto hiere su imaginación, parece que
estuvo convencido de la existencia de las brujas.
En la antigua Asturias, como en la antigua España, una
de las supercherías más arraigadas fue la creencia en brujas que, por otros
lares, no pocas víctimas proporcionó a un célebre Tribunal. Sostenía el vulgo
que las brujas salían de noche, volando por encima de los tejados, cabalgando
sobre una escoba y en busca de tiernos infantes en quienes saciar su sed de
sangre:
«Diz...
q'anda de noche
por todo el
llugar
chupando
los neños
que gordos
eslan...»[1].
Creía a la vez, a pies juntillas, en los fatales
efectos de las pócimas, en el poder de los conjuros y, cosa extraña, a pesar
del terror que les infundían, acudían a consultarles en sus aflicciones, en sus
dudas y en sus enferme-dades, ora para penetrar en los arcanos de lo
desconocido, ora para encontrar remedio a males incurables.
Estos datos y otros que le andan cerca los sabemos en
parte gracias a Carla, la pescadera de la Moría. Un día le mordió la curiosidad y quiso
saber de las artes de la tía Benita, su vecina, a quien el pueblo tenía por
bruja; abrió un pequeño boquete en la pared, observó cómo se daba la untura y
oyó la formulilla mágica:
«Por encima
de peñas,
por encima
de malos
a
Peñamellera
con todos
los diablos»[2].
Creyéndose Carla poseedora de los secretos, entró en
la casa de la bruja, untóse de la cabeza a los pies y, porque la oyera equivo-cada,
recitó la fórmula de esta suerte:
«Por debajo
de peñas,
por debajo
de malos
a
Peñamellera
con todos
los diablos».
Al instante se abrió la techumbre y, como una exhalación,
salió por los aires. Chorreando sangre, con el cuerpo plagado de magullamientos
y espinos, aterrizó en un bosque. Lo que allí vio no es para narrar, por más
que ella creyera no haber dejado nada en el tintero: una bacanal desenfrenada
en la que se cometieron todos los excesos, sin olvidar los más depravados.
Un poco antes del canto del gallo, cuando apenas el
cielo empezaba a palidecer y brujas y brujos, en torno al macho cabrío, giraban
vertiginosa-mente en son de despedida, borrachos todos de vino y de lujuria,
Carla subióse de nuevo a la escoba.
Llegó a Llanes cuando las campanas de la parroquial
anunciaban la misa de alba. Tras acelerada limpieza y cura, con el horror en
los ojos y el arrepentimiento en el corazón, enderezó sus pasos hacia el confesonario.
Vivió con ejemplaridad desde entonces; pero quedóle para
constante recuerdo el nombre de Carla «la Bruja ».
Leyenda mitologica
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[1] CAVEDA, J., Poesías selectas en dialecto asturiano, Oviedo 1887, p.
197.
[2] Cambia la formulilla según
los lugares. La que aquí recogemos, al igual que la versión de la leyenda, está
tomada del manuscrito «Copia de antiguos y curiosos documentos y copilación de
datos y noticias referentes a la
Villa de Llanes», de Angel de la Moría.
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