Nadie sabía lo que Tío
Conejo le había hecho a Tío Tigre, pero se veía que había quedado muy ardido y
con ganas de desquite, porque juraba sin cesar que ese gran sinvergüenza no se
iba a quedar sin castigo.
Como Tío Conejo vio que
no estaba para bromas, se escapó del lugar, esperando que al otro se le bajara
la cólera.
Tío Tigre llamó a varios
amigos y les preguntó si querían ganarse un camaroncito, que él estaría
dispuesto a entregárselo si lo ayudaban a buscar a Tío Conejo.
Tía Zorra, que era amiga
de quedar bien si veía que podía sacar tajada y que además le tenía tirria a
Tío Conejo por lo que la había hecho sufrir, se ofreció a ayudar sin interés,
pero Tío Tigre insistió.
‑No, no, Tía Zorra. Como
va a ser asunto serio, no quiero que por mí vaya Ud. a maltratarse.
Pero ella se negó, pues
era una cuestión de honor a su nombre.
Un día lo pilló a Tío
Conejo metiéndose en una cueva. Se quedó allí apostada largo rato para ver si
salía. Sin perderlo de vista, fue acercándose de a poco hasta llegar al lugar.
Puso la oreja a la entrada de la cueva y oyó a Tío Conejo roncando en su
interior.
Paró el rabo y se dijo:
'¡A correr!' y no paró hasta llegar al rancho de Tío Tigre con la campanada de
que ya había dado con Tío Conejo.
Tío Tigre le dijo:
‑Bueno, Tía Zorra,
cuidado, no me vaya a chasquear, porque entonces usted también saldrá rascando.
‑¡Adiós, compadre, cómo
va a ser eso! Póngaseme detrás y se convence.
Así lo hizo y corrieron
hasta llegar al lugar. Como la entrada de la cueva era muy angosta, Tío Tigre
metió la mano y alcanzó a tocar la pancita de Tío Conejo, que se despertó
sobresaltado.
Al darse cuenta del
peligro, con voz hueca dijo:
‑¿Quién me toca la
muñeca?
La voz dentro de la cueva
sonaba muy fea y parecía venir de una boca más grande. Tío Tigre al escuchar
esto se encogió sobresaltado.
¡Ni por la perica! ¿Quién
sería el que hablaba así y tenía una muñeca tan grande? ¿De qué tamaño sería
entonces la mano? ¿Y el cuerpo?
Ahí no más pensó lo tonto
que había sido por creerle a esa gran sinvergüenza de su comadre. Y sin esperar
razones, temiendo enfrentarse al monstruo gigante dueño de aquel vozarrón,
emprendió la retirada. Pero antes, le dio tal zarpazo a Tía Zorra que la dejó
patas arriba.
Tío Tigre no paró hasta
llegar a su guarida. Tía Zorra todavía se está rascando y el pillo de Tío
Conejo, terminada su siesta, volvió a su madriguera riendo a más y mejor.
Fuente: María Luísa Miretti
0.073.3 anonimo (venezuela)
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