Translate

lunes, 7 de abril de 2014

La madriguera de las ardillas

Cierta vez, un joven leñador que había salido al bosque a cortar leña, cansado de trabajar durante toda la mañana, se sentó debajo de una encina a descansar.
-Me comeré las nueces que me ha dado mi esposa -se dijo, y así recobraré las fuerzas perdidas.
Desató el pañuelo en que lle­vaba las nueces, pero éstas se le es­caparon de las manos y, rodando, rodando por una pendiente, fueron a caer dentro de una madriguera.
El joven leñador corrió detrás de las nueces, pero no pudo alcan­zarlas.
-¡Oh! -se lamentó. En mi casa somos tan pobres, que sólo tenía estas nueces para comer.
-¿Qué te ocurre, leñador? -le preguntó una pequeña pastora.
-Me disponía a comer unas nueces -respondió el leñador, muy apenado, pero se me escaparon de las manos y fueron a parar al interior de esta madriguera.
-Yo no puedo ofrecerte riada -dijo la pastora, pues he terminado todas las provisiones que llevaba.
El leñador se arrodilló junto a la madriguera y empezó a gritar:
-¡Si hay alguien ahí dentro, que me devuelva mis nue­ces, por favor!
Pero nadie le respondió.
-¡Era lo único que tenía para comer! -se lamento el joven, inclinándose cada vez más sobre el agujero.
Tanto se inclinó que, de repente, perdió el equilibrio y cayó dentro del agujero de la madriguera.
-¡Auxilio! -gritó. ¡Este pozo no tiene fin!
Pero la verdad es que el pozo no era muy profundo, aun­que sí muy amplio en su base, que se ensanchaba en forma de cueva.
-¡Oh! -exclamó. No me hice mucho daño, pero me he llevado un gran susto.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, se dio cuenta de que unas ardillas le estaban mirando.
-¡Hola, amiguitas! -dijo el leñador. ¿Habéis visto por casualidad unas nueces que han caído por el agujero de vuestra madriguera?
-Sí -respondió una de las ardillas. Y la verdad es que estaban muy buenas.
-¡Oh! -se lamentó el leñador. Ya veo que me que­daré sin comer.
-Nosotros no sabíamos que esas nueces tuvieran dueño -dijo otra de las ardillas. Pero estamos dispuestas a pagar por ellas un precio razonable.
-Bueno -murmuró el leñador. En realidad, no va­lían gran cosa. Sólo eran iniportantes para mí, pues soy ni¡ pobre leñador.
Las ardillas enseñaron al joven un cofre repleto de mo­nedas de oro y le dijeron:
-Toma las que quieras.
El leñador tomó una sola moneda. Pero las ardillas, sin hacer caso de sus protestas, le llenaron los bolsillos.
-Gracias, gracias -les dijo. Sois muy generosas.
El leñador trepó por el agujero de la madriguera y no tardó en salir al exterior.
-¡Mira lo que me han regalado las ardillas! -exclamó al llegar a su cabaña, depositando las monedas de oro ante los asombrados ojos de su esposa.
-¿De dónde has sacado esas monedas, esposo mío? -le pregunto la joven.
-Ya te he dicho que me las han regalado las ardillas -respondió el leñador. Y le contó todo lo ocurrido.
Pero, mientras los dos estaban hablando, un vecino les estaba espiando por la ventana.
-¡Vaya! -se dijo el vecino, que no había perdido detalle del relato del leñador. Voy a ir en seguida a esa madri­guera y echaré un puñado de nueces para que también las ar­dillas se muestren generosas conmigo.
El vecino se marchó a toda prisa en busca de las nueces y las arrojó por el agujero de la madriguera.
-¡Allá voy! -gritó poco después, tirándose por el agujero de la estrecha madriguera.
Igual como le ocurrió al leñador, el vecino encontró a las ardillas.
-¿Qué es lo que buscas? -le preguntaron.
-Busco unas nueces que me han caído por el agujero de vuestra madriguera.
-Nos las hemos comido -dijo una ardilla. Pero, a cambio de ellas, puedes tomar las monedas de oro que desees.
El hombre, sin hacerse rogar, llenó todos sus bolsillos de piezas de oro y, sin despedirse de las ardillas, empezó a subir por el agujero.
Pero, corno las monedas pesaban tanto y ocupaban tanto espacio en sus bolsillos, el ambicioso vecino no pudo salir al exterior, aprisionado entre las paredes de la madriguera.
-¡No puedo salir! ¡No puedo salir! -gritó.
-Tendrás que soltar algunas monedas -dijeron las ar­dillas.
El pobre hombre fue soltando monedas a toda prisa, pues no deseaba quedar aprisionado en tan incómodo lugar.
Por fin, lanzando un suspiro de alivio, pudo salir al ex­terior.
-¡Oh! -exclamó al ver sus bolsillos vacíos. ¡No me queda ni una sola moneda de oro! Volveré a descender a la cueva para que las ardillas me paguen el importe de las nueces.
Pero el agujero se había cerrado y el desconsolado vecino no pudo encontrarlo.
-¡Me está bien empleado! -exclamó. Por culpa de mi ambición, me he quedado sin el valioso regalo de las ar­dillas.
El leñador, en cambio, pudo disfrutar en paz de su pe­queño tesoro y salir de la miseria en que siempre había vivido.


 0.999.3 anonimo leyenda - 035

No hay comentarios:

Publicar un comentario