Cuenta la gente que una
vez un hombre de Camotlán tuvo una hija.
Como la mamá de la
pequeña murió, el hombre se había casado con otra mujer. Pero esta mujer no
quería a la pequeña, y así fue durante algunos años. La niña se convirtió en
una muchacha bonita, y la envidia de la madrastra fue mayor.
Un día que la muchacha
había salido, la madrastra entró en su habitación a curiosear y destapó una
calabaza seca que en Oaxaca se llama jicalpestle.
Lo que la muchacha tenía bien guardado era una montón de culebritas, que
salieron inmediatamente del recipiente.
Cuando la muchacha
regresó y vio que se habían escapado las culebritas, trató de atraparlas, pero
no pudo encontrarlas todas. Se puso muy furiosa y, agarrando el jicalpestle, se fue de la casa hasta un
lugar llamado Cueva de la
Muchacha.
Por la tarde regresó el
padre y, al no encontrar a la muchacha, salió a buscarla. Después de tres días,
la encontró y le dijo:
-Hija mía, ¿qué haces
aquí? ¿Por qué me dejaste?
Y la muchacha respondió:
-Papá, tú no tienes la
culpa. Mi madrastra lo quiso así: ni me quería a mí ni a mis hijos. Pero en
ocho días regresaré con tu yerno.
-Ah, ¿es que te casaste?
-preguntó el padre.
-Mi marido es Rayo y nos
va a traer buena suerte y riqueza a la casa. Prepara cinco cajas grandes,
porque se llenarán de dinero. No tengas miedo cuando veas que tu yerno es una
culebra, porque después se va a transformar.
Entonces, el hombre se
fue a casa y compró las cinco cajas. A los ocho días regresó la hija con el
yerno. Y en verdad que el marido parecía una culebrota grande, pero después se
transformó en hombre. Y, según dicen, dejó las cinco cajas llenas de dinero
antes de regresar a su lugar, donde todavía vive.
Es por esto que dice la
gente que tenemos culebras. Si la madrastra nunca hubiera destapado el jícalpestle, no se hubieran escapado las
culebritas. Claro que tampoco hubiera tenido fortuna el hombre. Así dice la
gente y así termina este cuento.
0.063.3 anonimo (mexico-oaxaca-mixes)
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