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lunes, 7 de abril de 2014

Por que el mar es salado

Había una vez un matrimonio tan pobre que solo tenía un niñito y mucha hambre. Cuando el niño nació, el padre le pidió a un amigo rico que fuera su padrino. El amigo le dijo:
-Bien, seré el padrino. Véngase todos los días a casa y le daré algo para comer.
El hombre pobre fue entonces todos los días a buscar comida. Uno detrás de otro. Y así creció el niño, con la comida que le daba el rico. Ya tenía el niño dos años, y el hombre pobre seguía yendo a casa del amigo.
Un día, este se cansó. Ese día estaban matando una vaca.
-Buenos días, amigo.
-Buenos días, amigo.
-Vengo a buscar la comida -dijo el hombre pobre.
-Bueno -y el hombre rico le dijo al que estaba matando la vaca que le sacara la espaldilla.
La sacó, y el hombre rico se la lanzó con desprecio al hombre pobre. Le dio en todo el pecho.
-Toma y ¡váyase con la carne al gran diablo! ¡Llévesela al diablo!
El hombre pobre cogió la espaldilla y fue a buscar al diablo. Por el camino, se encontró un viejito que le preguntó:
-¿Para dónde vas, hijo?
-Voy a buscar al diablo para darle esta espaldilla.
-Llévasela, pero toca en la puerta grande y, cuando aparezca, le dices: «Aquí te traigo esta espaldilla de carne». Como va a estar muy agradecido, te dirá: «¿Y cuánto dinero quieres?». Y tú, en lugar de dinero, pídele el molinillo viejo que tiene a la entrada de la puerta. El de las dos llaves. Con eso, se acabarán tus penas, hijo.
El hombre pobre llegó a la puerta y ¡toc, toc!
La puerta se abrió.
-¿Qué buscas por aquí?
-He venido a traerle una espaldilla.
-Gracias -dijo el diablo, ¿cuánto dinero quieres?
-Yo no quiero dinero, deme ese molinito viejo que tiene a la entrada de la puerta.
-¡Oh! -dijo el diablo, eso no vale mucho. Te daré un molino nuevo.
-No, no, solo quiero el molinito viejo.
-Bueno, pues llévatelo.
El hombre pobre lo cogió y vio que tenía dos llaves. Llegó a su casa, y la mujer y el hijo lloraban del hambre que tenían. Así que el hombre hizo lo que el viejecito le había dicho.
-Ris, ris, molinito, por la virtud que el diablo te dio, dame los mejores manjares y unos cuantos licores.
Y enseguida se llenó la habitación de cosas ricas. ¡Cuánto comió la mujer! ¡Y el hijo! Y también el hombre pobre, claro.
Después, el hombre pobre cambió la llave y dijo:
-Ris, ris, molinito, por la virtud que el diablo te dio, dame dinerito.
Y el molinito empezó a echar monedas y monedas y monedas.
Pronto cambió la vida del hombre pobre: hizo un casa mayor, buscó mozos para cultivar el terreno y nunca le faltaba de nada.
Un día, el amigo rico se dijo:
-¡Qué raro que mi amigo no venga más a buscar comida! Mujer, dame esos mendrugos de pan duro y lo que ha sobrado hoy de comida que voy a ir a visitarle.
Salió a casa del amigo y allí vio que todo estaba cambiado. A los mozos que cultivaban la tierra les preguntó:
-¿Y qué hacen ustedes aquí?
-Trabajamos para el caballero fulano de tal.
Siguió por un caminito muy cuidado y llegó hasta una casa que parecía un palacio. Así que llamó -¡toc toc!, y apareció un hombre más rico que él. Era el hombre pobre.
-¡Ay, compadre! ¿De dónde sacó usted todo esto?
Y el hombre le explicó lo que había pasado con la espaldilla y el diablo.
-¡Ay, compadre! ¿Por qué no me vende el molino ese?
-Bueno, se lo venderé. Pase adentro.
Le puso una llave al molino y dijo:
-Ris, ris, molinito, por la virtud que el diablo te dio, dame los mejores licores.
Y enseguida le dio los licores con los que brindaron. Entonces, le puso la otra llave para bloquearlo.
-¿Me lo vende?
-Llévatelo no más. Es un regalo -y le dio el molinillo, aunque con una sola llave.
El hombre, que había bebido demasiado licor, se fue con el molino y llegó hasta su casa. Allí, delante de la mujer, dijo:
-Ris, ris, molinito, por la voluntad que el diablo te dio, échame comida.
Y el molino comenzó a echar comida. Y más comida. Y más comida. Ya había no sé cuántas habitaciones llenas de comida, y el hombre se asustó porque no paraba.
-¡Estas son cosas del diablo!
Cogió el molinillo, que seguía echando comida, y se fue a la calle.
Llegó a la casa del amigo:
-Amigo, ¡esto que me dio es del diablo!
En un descuido, el amigo le puso la llave y lo paró, mientras decía:
-Molinito, no eches más comida.
En la ciudad se corrió el rumor, entonces, del molinillo mágico, y un día llegó un extranjero a pedirle al hombre pobre que le diera sal, porque en su ciudad no había. Mientras hablaban de diez o cien barcos cargados de sal, el hombre le dijo que por qué no mejor le vendía el molinillo.
-Llevar el molinillo será mejor que trasladar la sal en cien barcos.
El extranjero le llenó diez habitaciones de monedas de plata a cambio del molinillo, y se lo llevó, aunque también con una sola llave. Cuando estaba en el barco de regreso, con el molinillo, le preguntó uno de los acompañantes:
-¿Será cierto que esto da sal?
Entonces dijo el otro:
-Ris, ris, molinito, por la virtud que el diablo te dio, echa sal.
Y el molinillo empezó a echar sal, y pronto estuvo el barco lleno de sal y, aunque le decían «molinito, no eches más» y «ris, ris, molinito, etc.», seguía echando tanta sal que el extranjero dijo:
-¡Este molinillo es el diablo!
Y lo tiró al mar.
Y por eso el mar es salado, porque todavía hoy el molinillo está echando sal.

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