Cuando su mujer estaba en el sexto mes de embarazo, el
padre de Uho invitó a sus parientes para festejar la próxima llegada del bebé.
Era costumbre preparar un gran festín en el que todos colaboraban. Los invitados
llegaron trayendo sus pollos. Entre todos lo ayudaron a sacar ñames y camotes,
caña de azúcar y plátanos. Por la noche fueron a pescar langostas y toda clase
de peces. Mataron los pollos, los desplumaron, les sacaron las tripas, las
limpiaron y se las metieron otra vez. Con todas esas exquisiteces, la mujeres
prepararon el curanto, que es la comida típica de Polinesia: se cava un hoyo en
la tierra, se entierra la comida con piedras calentadas al fuego y con brasas y
se deja cocinar lentamente durante varias horas.
Pero si aquella fue una gran fiesta, ni qué hablar de
la alegría que se produjo unos meses después, cuando nació la niña más hermosa
que nadie hubiera conocido. La llamaron Uho. La pequeña creció hasta
transformarse en una joven bellísima.
Todos los días Uho se metía en el mar para nadar. Se
sacaba la capa y el cinturón, dejándolos sobre una piedra, se mojaba la cara
con agua, se ataba la larga cabellera en un moño y se zambullía feliz.
Pero un día, una tortuga, que la venía espiando desde
hacía tiempo, mientras ella nadaba, se acercó a la piedra y le robó el
cinturón. Cuando Uho salió del mar, se amarró la capa sobre los hombros, pero
no pudo atársela a la
cintura. Mirando a su alrededor vio a una pequeña tortuga que
estaba entrando en el mar, llevando su cinturón, que brillaba al sol.
-Tortuguita, dame mi cinturón -rogó Uho.
-¡ven a buscarlo! -contestó la tortuga, alejándose
sobre las olas.
Uho era una gran nadadora y no tuvo miedo de meterse
otra vez en el mar para perseguir a la tortuga. El animal se alejaba más y más de la
orilla: cada tanto, sacaba el cinturón del agua y lo hacía brillar al sol, para
atraer a Uho. La joven no se daba cuenta hasta qué punto se estaba internando
en el océano. Cuando finalmente consiguió llegar hasta donde estaba la tortuga
y recuperar su cinturón, miró hacia atrás y se asustó. Estaba muy cansada.
¿Cómo volvería a la costa?
-No te asustes, hermosa Uho -dijo la tortuga. Súbete a
mi espalda y sujétate bien fuerte a mi caparazón. Yo te llevaré hasta la playa. Debes estar
preparada para sumergirte cada vez que yo lo haga.
Con Uho colgada de su cuello, la tortuga nadó más
rápido que ninguna tortuga de este mundo. Pero no iba a la costa de donde la
joven había salido. Sino a la oscura tierra de Hiva, donde vivía Mahuna, un
joven con poderes mágicos, que se había enamorado de Uho viéndola nadar en el
mar.
Toda la familia de Mahuna se quedó maravillada al ver
la gran belleza de Uho y aprobaron la boda, que se celebró con un tremendo
festín de curanto.
Entretanto, el padre y la madre de Uho la lloraban,
pues creían que se había ahogado. En una habitación de la casa pusieron todas
sus cosas y allí se sentaban a pensar en ella y a consolarse uno al otro de su
pena.
Entretanto, la hermosa muchacha quedó embarazada y
tuvo un precioso hijo varón. Su marido la trataba con mucha gentileza, y ella lo
quería. El niñito llenaba sus días. Pero Uho no era feliz. Extrañaba su tierra,
extrañaba desesperadamente a su padre y a su madre. Un día, Mahuna la encontró
con los ojos hinchados y rojos de tanto llorar.
-¿Qué te pasa, mi amada?
-No me pasa nada -dijo Uho. Es el curanto que prepara
tu madre todos los días. Sale mucho humo y me hace mal a los ojos.
Pero Mahuna no se dio por satisfecho. Estaba seguro de
que Uho lloraba, y mucho. Entonces decidió esconderse para escuchar qué decía
su esposa cuando se lamentaba.
-¡No quiero vivir en esta tierra oscura, con los ojos
hundidos en la noche! ¡Ojalá pudiera volver a mi tierra de luz! ¡Ay, mi madre,
ay, mi padre, ay, mi gente!
Mahuna le pidió consejo a su madre. Pero la suegra
sabía que el sufrimiento de la chica no sería fácil de remediar.
-Lo único que puedes hacer es estar con ella y
consolarla. Es importante que no se sienta sola.
El marido se quedó entonces junto a su mujer hasta que
le pareció que la veía más contenta y tranquila. Entonces tuvo que salir para
hacer sus trabajos de todos los días.
Un día, al caer el sol, Uho aprovechó que su marido
todavía no había llegado y su bebé dormía para ir hasta la playa. Llorando ,
empezó a rogarle a todos los pájaros de distintas especies que la llevaran
volando hacia arriba otra vez, hacia la tierra de sus padres.
-No podemos llevarte -le fueron contestando, uno por
uno. Eres demasiado pesada para que un pájaro te lleve volando.
Pero al día siguiente, cuando Uho bajó a la playa para
nadar como solía hacerlo cuando estaba en su casa, vio a una tortuguita rosada,
muy parecida a la que la había llevado hasta allí. Y repitió su ruego.
-Muy bien -dijo la tortuguita. Te
llevaré sobre mi caparazón, a cambio de un beso.
-Espera un momento -contestó Uho. Debo ocuparme de mi
nino.
Uho corrió hacia la casa, abrazó a su hijo, lo levantó
en el aire y le cantó así:
Serás
pájaro, u-kú
tendrás
alas, u-kú
tendrás
plumas, u-kú
y nadie
será como tú.
Si las
piedras van por arriba
¡subirás!
Si las
piedras van por abajo
¡bajarás!
Y volando
volando
a mis
brazos vendrás.
Uho dejó a su niño dormido en la casa y huyó hacia la playa. Le dio a la
tortuga el beso convenido y se subió sobre su caparazón. En menos de lo que
tarda un tiburón en devorar a su presa, estaba de vuelta en la casa de sus
padres.
Muy despacio, casi sin hacer ruido, entró en la
habitación donde su padre estaba sentado recordándola. El hombre saltó sobre
sus pies cuando se dio cuenta de que una extraña había entrado en el recinto.
-¡Quién eres tú, que estás profanando el recuerdo de
mi hija muerta!
-¡Soy yo, padre, yo misma, estoy de vuelta!
Enloquecido de alegría, sin poder creer lo que veían
sus ojos, su padre la
abrazó. Corrieron los dos adonde estaba la madre, que lloró y
lloró de emoción al ver a su hija. Después llamaron a todos sus parientes y
organizaron una gran fiesta de tres días para celebrar el regreso de su hija
adorada.
En el tercer día de fiesta, cuando se estaba poniendo
el sol, los invitados vieron un pájaro extraño, muy bonito, de una especie
desconocida en la isla.
Como no lograban atraparlo, terminaron por enojarse y
comenzaron a lanzarle piedras.
Pero ninguna piedra conseguía alcanzarlo: recordando
la canción
de su madre, cuando las lanzaban muy alto, el pájaro
bajaba, cuando las lanzaban más bajas, subía. El pajarito revoloteó sobre la
cabeza de Uho, dando tres vueltas a su alrededor y finalmente bajó volando
hasta sus brazos. Allí las plumas se desprendieron y Uho pudo abrazar otra vez
a su querido niño.
Uho y su hijo se quedaron a vivir para siempre con su
familia, en la tierra de la luz.
0.075.3 anonimo (isla de pascua) - 059
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