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domingo, 28 de diciembre de 2014

Uho, la bella

Cuando su mujer estaba en el sexto mes de embarazo, el padre de Uho invitó a sus parientes para festejar la próxima llegada del bebé. Era costumbre preparar un gran festín en el que todos colaboraban. Los invitados llegaron trayendo sus pollos. Entre todos lo ayudaron a sacar ñames y camotes, caña de azúcar y plátanos. Por la noche fueron a pescar langostas y toda clase de peces. Mataron los pollos, los desplumaron, les sacaron las tripas, las limpiaron y se las metieron otra vez. Con todas esas exquisiteces, la mujeres prepararon el curanto, que es la comida típica de Polinesia: se cava un hoyo en la tierra, se entierra la comida con piedras calentadas al fuego y con brasas y se deja cocinar lentamente durante varias horas.
Pero si aquella fue una gran fiesta, ni qué hablar de la alegría que se produjo unos meses después, cuando nació la niña más hermosa que nadie hubiera conocido. La llamaron Uho. La pequeña creció hasta transformarse en una joven bellísima.
Todos los días Uho se metía en el mar para nadar. Se sacaba la capa y el cinturón, dejándolos sobre una piedra, se mojaba la cara con agua, se ataba la larga cabellera en un moño y se zambullía feliz.
Pero un día, una tortuga, que la venía espiando desde hacía tiempo, mientras ella nadaba, se acercó a la piedra y le robó el cinturón. Cuando Uho salió del mar, se amarró la capa sobre los hombros, pero no pudo atársela a la cintura. Mirando a su alrededor vio a una pequeña tortuga que estaba entrando en el mar, llevando su cinturón, que brillaba al sol.
-Tortuguita, dame mi cinturón -rogó Uho.
-¡ven a buscarlo! -contestó la tortuga, alejándose sobre las olas.
Uho era una gran nadadora y no tuvo miedo de meterse otra vez en el mar para perseguir a la tortuga. El animal se alejaba más y más de la orilla: cada tanto, sacaba el cinturón del agua y lo hacía brillar al sol, para atraer a Uho. La joven no se daba cuenta hasta qué punto se estaba internando en el océano. Cuando finalmente consiguió llegar hasta donde estaba la tortuga y recuperar su cinturón, miró hacia atrás y se asustó. Estaba muy cansada. ¿Cómo volvería a la costa?
-No te asustes, hermosa Uho -dijo la tortuga. Súbete a mi espalda y sujétate bien fuerte a mi caparazón. Yo te llevaré hasta la playa. Debes estar preparada para sumergirte cada vez que yo lo haga.
Con Uho colgada de su cuello, la tortuga nadó más rápido que ninguna tortuga de este mundo. Pero no iba a la costa de donde la joven había salido. Sino a la oscura tierra de Hiva, donde vivía Mahuna, un joven con poderes mágicos, que se había enamorado de Uho viéndola nadar en el mar.
Toda la familia de Mahuna se quedó maravillada al ver la gran belleza de Uho y aprobaron la boda, que se celebró con un tremendo festín de curanto.
Entretanto, el padre y la madre de Uho la lloraban, pues creían que se había ahogado. En una habitación de la casa pusieron todas sus cosas y allí se sentaban a pensar en ella y a consolarse uno al otro de su pena.
Entretanto, la hermosa muchacha quedó embarazada y tuvo un precioso hijo varón. Su marido la trataba con mucha gentileza, y ella lo quería. El niñito llenaba sus días. Pero Uho no era feliz. Extrañaba su tierra, extrañaba desesperadamente a su padre y a su madre. Un día, Mahuna la encontró con los ojos hinchados y rojos de tanto llorar.
-¿Qué te pasa, mi amada?
-No me pasa nada -dijo Uho. Es el curanto que prepara tu madre todos los días. Sale mucho humo y me hace mal a los ojos.
Pero Mahuna no se dio por satisfecho. Estaba seguro de que Uho lloraba, y mucho. Entonces decidió esconderse para escuchar qué decía su esposa cuando se lamentaba.
-¡No quiero vivir en esta tierra oscura, con los ojos hundidos en la noche! ¡Ojalá pudiera volver a mi tierra de luz! ¡Ay, mi madre, ay, mi padre, ay, mi gente!
Mahuna le pidió consejo a su madre. Pero la suegra sabía que el sufrimiento de la chica no sería fácil de remediar.
-Lo único que puedes hacer es estar con ella y consolarla. Es importante que no se sienta sola.
El marido se quedó entonces junto a su mujer hasta que le pareció que la veía más contenta y tranquila. Entonces tuvo que salir para hacer sus trabajos de todos los días.
Un día, al caer el sol, Uho aprovechó que su marido todavía no había llegado y su bebé dormía para ir hasta la playa. Llorando, empezó a rogarle a todos los pájaros de distintas especies que la llevaran volando hacia arriba otra vez, hacia la tierra de sus padres.
-No podemos llevarte -le fueron contestando, uno por uno. Eres demasiado pesada para que un pájaro te lleve volando.
Pero al día siguiente, cuando Uho bajó a la playa para nadar como solía hacerlo cuando estaba en su casa, vio a una tortuguita rosada, muy parecida a la que la había llevado hasta allí. Y repitió su ruego.
-Muy bien -dijo la tortuguita. Te llevaré sobre mi caparazón, a cambio de un beso.
-Espera un momento -contestó Uho. Debo ocuparme de mi nino.
Uho corrió hacia la casa, abrazó a su hijo, lo levantó en el aire y le cantó así:

Serás pájaro, u-kú
tendrás alas, u-kú
tendrás plumas, u-kú
y nadie será como tú.

Si las piedras van por arriba
¡subirás!
Si las piedras van por abajo
¡bajarás!
Y volando volando
a mis brazos vendrás.

Uho dejó a su niño dormido en la casa y huyó hacia la playa. Le dio a la tortuga el beso convenido y se subió sobre su caparazón. En menos de lo que tarda un tiburón en devorar a su presa, estaba de vuelta en la casa de sus padres.
Muy despacio, casi sin hacer ruido, entró en la habitación donde su padre estaba sentado recordándola. El hombre saltó sobre sus pies cuando se dio cuenta de que una extraña había entrado en el recinto.
-¡Quién eres tú, que estás profanando el recuerdo de mi hija muerta!
-¡Soy yo, padre, yo misma, estoy de vuelta!
Enloquecido de alegría, sin poder creer lo que veían sus ojos, su padre la abrazó. Corrieron los dos adonde estaba la madre, que lloró y lloró de emoción al ver a su hija. Después llamaron a todos sus parientes y organizaron una gran fiesta de tres días para celebrar el regreso de su hija adorada.
En el tercer día de fiesta, cuando se estaba poniendo el sol, los invitados vieron un pájaro extraño, muy bonito, de una especie desconocida en la isla. Como no lograban atraparlo, terminaron por enojarse y comenzaron a lanzarle piedras.
Pero ninguna piedra conseguía alcanzarlo: recordando la canción
de su madre, cuando las lanzaban muy alto, el pájaro bajaba, cuando las lanzaban más bajas, subía. El pajarito revoloteó sobre la cabeza de Uho, dando tres vueltas a su alrededor y finalmente bajó volando hasta sus brazos. Allí las plumas se desprendieron y Uho pudo abrazar otra vez a su querido niño.
Uho y su hijo se quedaron a vivir para siempre con su familia, en la tierra de la luz.

0.075.3 anonimo (isla de pascua) - 059

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