Persiguiendo a una presa, llegó Uenuku al amanecer a
las orillas de un lago. El joven cazador maorí se encontró con un espectáculo
tan extraño que le hizo olvidar su cacería. Una niebla cerrada, algo que nunca
había visto en esa zona, cubría como si fuera un telón una parte del lago.
Curioso y con un poco de miedo, Uenuku se acercó y
atravesó los límites de la neblina, escondido entre los juncos. Envueltas en
jirones de nube, dos hermosísimas muchachas se estaban bañando en el lago. Por
su belleza, pero también por la relación que parecían tener con el agua y la
niebla, el cazador comprendió de inmediato que no eran mujeres humanas.
Y cuando los ojos de la Muchacha Niebla se
cruzaron con los suyos, el joven cazador sintió que su corazón latía con más
fuerza.
-Debo irme ahora -dijo la hermosa jovencita. Cuando el
sol está alto en el cielo, me hace mucho daño. Pero si quieres, esta noche
volveré a verte.
-¿Si quiero? -dijo Uenuku, que no podía creer lo que
le estaba pasando. Y no tuvo que decir más: un loco amor se asomaba en su
mirada.
Esa noche Uenuku y la Muchacha Niebla
conversaron y se besaron y se dijeron las primeras palabras de amor. Pero la
despedida fue triste.
-Quiero que seas mi mujer para siempre. Soy un hombre
fuerte y un buen cazador, puedo hacerte feliz -dijo Uenuku.
-Pero yo no -dijo la Muchacha Niebla. Yo
no puedo hacerte feliz, porque soy hija del cielo y nunca perteneceré a la
tierra por completo. Puedo ser tu esposa y estar contigo todas las noches, pero
me iré cada amanecer, en cuanto salga el sol. Y nadie en tu aldea debe verme.
-No me importa -dijo Uenuku. Te amo.
Y era cierto: en ese momento no le importaba. Le
bastaba saber que cada noche tendría junto a él a su amada Muchacha Niebla. Así
comenzó el más extraño matrimonio que se pueda imaginar. Todas las noches la
bella joven descendía del cielo y su cuerpo tomaba forma, como por arte de
magia, en la cabaña de Uenuku. Todas las mañanas, antes de que el sol se
elevara por encima de las colinas, apenas sus primeros rayos comenzaban a
iluminar el interior de la cabaña, Muchacha Niebla volaba hacia el cielo. Y por
un tiempo el acuerdo se mantuvo sin problemas. Un año después, nació una
preciosa hijita de la que
Uenuku estaba más que orgulloso.
Pero Muchacha Niebla había tenido razón. Uenuku no era
completamente feliz. Le hubiera gustado que toda la aldea conociera a su mujer
mágica y bella. Hablaba constantemente de ella y de su hijita y, por supuesto,
muy pocos le creían. La mayoría de sus parientes y vecinos pensaban que estaba
loco. Muchos se burlaban de él a sus espaldas. Un día escuchó la conversación
de dos amigos, que no cuchicheaban lo bastante bajo.
-Ahí va Uenuku, qué pena me da ese hombre. Tan buen
cazador y no le sirve para nada -dijo uno.
-Pensar que podría casarse con la más bella de
nuestras muchachas. ¡Pero él prefiere ser el marido de «nadie»! -comentó el
otro.
Eso fue más de lo que el orgullo de Uenuku podía
soportar. Ese día decidió que debía hacer lo que fuera necesario para poder
presentar a su mujer y a su hija a toda la aldea y a la luz del día. Se puso a
trabajar de inmediato. Para empezar, cubrió con esterillas las aberturas de las
ventanas. Y para que la oscuridad fuera completa, trajo barro del río y tapó
con cuidado todas las grietas de las paredes y los espacios entre los troncos
de madera. En pleno día, con la puerta cerrada, el interior de la cabaña era
oscuro como una noche sin luna.
Esa noche, como todas las noches, la Muchacha Niebla
llegó feliz a la cabaña de su marido, con muchas historias y noticias acerca de
su familia celestial. Como todas las noches, se durmieron muy tarde. La joven
esposa estaba acostumbrada a despertar apenas el interior de la cabaña empezaba
a iluminarse con los primeros rayos del sol. Pero la oscuridad la mantuvo en un
sueño tranquilo. Ya era casi mediodía cuando se escuchó la voz de su hermana, la Muchacha Lluvia ,
que la llamaba desesperada desde el cielo.
-¿Qué pasó? -dijo la Muchacha Niebla ,
despertándose asustada. Tengo la sensación de haber dormido más que nunca.
¿Por qué me llama mi hermana?
-No te preocupes -la tranquilizó Uenuku. Solo
es un poquito más tarde que de costumbre, pero ya os vais.
Uenuku pasó el resto de su vida buscando a su mujer y
a su hija y nunca más las pudo encontrar. Pero después de muchos años, el dios
del cielo se apiadó de su pena: su orgullo ya había recibido bastante castigo.
Y decidió convertirlo en arco iris.
Desde entonces, cada vez que la húmeda niebla de Nueva
Zelanda desciende sobre la tierra, y el sol se atreve a atravesarla con sus
rayos, Uenuku, el arco iris, está allí, abrazando con infinito amor a su
querida Muchacha Niebla.
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