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domingo, 28 de diciembre de 2014

Uenuku y la muchacha niebla

Persiguiendo a una presa, llegó Uenuku al amanecer a las orillas de un lago. El joven cazador maorí se encontró con un espectáculo tan extraño que le hizo olvidar su cacería. Una niebla cerrada, algo que nunca había visto en esa zona, cubría como si fuera un telón una parte del lago.
Curioso y con un poco de miedo, Uenuku se acercó y atravesó los límites de la neblina, escondido entre los juncos. Envueltas en jirones de nube, dos hermosísimas muchachas se estaban bañando en el lago. Por su belleza, pero también por la relación que parecían tener con el agua y la niebla, el cazador comprendió de inmediato que no eran mujeres humanas.
La Muchacha Niebla y la Muchacha Lluvia se dieron cuenta de que alguien había entrado en su refugio. Ya era tarde para escapar. Entonces Uenuku salió de su escondite. Las jóvenes lo miraron sin temor ni vergüenza.
Y cuando los ojos de la Muchacha Niebla se cruzaron con los suyos, el joven cazador sintió que su corazón latía con más fuerza.
-Debo irme ahora -dijo la hermosa jovencita. Cuando el sol está alto en el cielo, me hace mucho daño. Pero si quieres, esta noche volveré a verte.
-¿Si quiero? -dijo Uenuku, que no podía creer lo que le estaba pasando. Y no tuvo que decir más: un loco amor se asomaba en su mirada.
Esa noche Uenuku y la Muchacha Niebla conversaron y se besaron y se dijeron las primeras palabras de amor. Pero la despedida fue triste.
-Quiero que seas mi mujer para siempre. Soy un hombre fuerte y un buen cazador, puedo hacerte feliz -dijo Uenuku.
-Pero yo no -dijo la Muchacha Niebla. Yo no puedo hacerte feliz, porque soy hija del cielo y nunca perteneceré a la tierra por completo. Puedo ser tu esposa y estar contigo todas las noches, pero me iré cada amanecer, en cuanto salga el sol. Y nadie en tu aldea debe verme.
-No me importa -dijo Uenuku. Te amo.
Y era cierto: en ese momento no le importaba. Le bastaba saber que cada noche tendría junto a él a su amada Muchacha Niebla. Así comenzó el más extraño matrimonio que se pueda imaginar. Todas las noches la bella joven descendía del cielo y su cuerpo tomaba forma, como por arte de magia, en la cabaña de Uenuku. Todas las mañanas, antes de que el sol se elevara por encima de las colinas, apenas sus primeros rayos comenzaban a iluminar el interior de la cabaña, Muchacha Niebla volaba hacia el cielo. Y por un tiempo el acuerdo se mantuvo sin problemas. Un año después, nació una preciosa hijita de la que Uenuku estaba más que orgulloso.
Pero Muchacha Niebla había tenido razón. Uenuku no era completamente feliz. Le hubiera gustado que toda la aldea conociera a su mujer mágica y bella. Hablaba constantemente de ella y de su hijita y, por supuesto, muy pocos le creían. La mayoría de sus parientes y vecinos pensaban que estaba loco. Muchos se burlaban de él a sus espaldas. Un día escuchó la conversación de dos amigos, que no cuchicheaban lo bastante bajo.
-Ahí va Uenuku, qué pena me da ese hombre. Tan buen cazador y no le sirve para nada -dijo uno.
-Pensar que podría casarse con la más bella de nuestras muchachas. ¡Pero él prefiere ser el marido de «nadie»! -comentó el otro.
Eso fue más de lo que el orgullo de Uenuku podía soportar. Ese día decidió que debía hacer lo que fuera necesario para poder presentar a su mujer y a su hija a toda la aldea y a la luz del día. Se puso a trabajar de inmediato. Para empezar, cubrió con esterillas las aberturas de las ventanas. Y para que la oscuridad fuera completa, trajo barro del río y tapó con cuidado todas las grietas de las paredes y los espacios entre los troncos de madera. En pleno día, con la puerta cerrada, el interior de la cabaña era oscuro como una noche sin luna.
Esa noche, como todas las noches, la Muchacha Niebla llegó feliz a la cabaña de su marido, con muchas historias y noticias acerca de su familia celestial. Como todas las noches, se durmieron muy tarde. La joven esposa estaba acostumbrada a despertar apenas el interior de la cabaña empezaba a iluminarse con los primeros rayos del sol. Pero la oscuridad la mantuvo en un sueño tranquilo. Ya era casi mediodía cuando se escuchó la voz de su hermana, la Muchacha Lluvia, que la llamaba desesperada desde el cielo.
-¿Qué pasó? -dijo la Muchacha Niebla, despertándose asustada. Tengo la sensación de haber dormido más que nunca. ¿Por qué me llama mi hermana?
-No te preocupes -la tranquilizó Uenuku. Solo es un poquito más tarde que de costumbre, pero ya os vais.
La Muchacha Niebla tomó en sus brazos a su hijita, salió muy apurada de la cabaña y se quedó como paralizada, mirando con terror hacia el cielo, donde brillaba el sol con toda su fuerza, amenazando con disolverla. Las mujeres que estaban cerca se quedaron boquiabiertas, llamaron a los demás y pronto la aldea entera, hombres y mujeres, estaban reunidos alrededor de la Muchacha Niebla y su hija. Que ya comenzaban a disiparse en los rayos del sol. La bellísima mujer, con su bebé en brazos y llorando con angustia, subía hacia el cielo convertida en gotitas de vapor.
Uenuku pasó el resto de su vida buscando a su mujer y a su hija y nunca más las pudo encontrar. Pero después de muchos años, el dios del cielo se apiadó de su pena: su orgullo ya había recibido bastante castigo. Y decidió convertirlo en arco iris.
Desde entonces, cada vez que la húmeda niebla de Nueva Zelanda desciende sobre la tierra, y el sol se atreve a atravesarla con sus rayos, Uenuku, el arco iris, está allí, abrazando con infinito amor a su querida Muchacha Niebla.

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