Hoy se les llama los indios de San Juan, porque ese
nombre les dieron los conquistadores españoles. Pero hace muchas generacio-nes,
cuando todavía no existía el estado de Nuevo México, donde viven ahora, este
grupo de la nación pueblo llegó a las orillas del Río Grande desde una lejana y
fría región del norte.
En esa región, los inviernos se hacían cada vez más
largos y duros. Era difícil conseguir caza, y pocos bebés sobrevivían a los
meses invernales, que parecían eternos, cuando toda la tierra estaba cubierta
de nieve y de hielo. Una parte de la gente, harta de sufrimientos, decidió
emigrar en busca de una zona más amable donde vivir felices. Pero, como suele
suceder, muchos otros prefirie-ron quedarse. Les esperaba un viaje largo y
dudoso, no podían estar seguros de que encontrarían ese lugar que buscaban, y
seguramente tendrían que luchar con otros pueblos para quedarse con la nueva
tierra. Era mejor permanecer donde estaban.
Los viajeros emprendieron la marcha. Era todo un
pueblo que se ponía en camino, avanzando como podían, con sus niños y sus
mujeres embarazadas. Seguían al sol, siempre hacia el sur, hasta que llegaron a
las orillas del Río Grande. Caminaron a lo largo de la costa oeste del río.
Atravesaron cañones profundos y cordilleras, yendo siempre hacia el sur, hacia
el calor. Hasta que por fin llegaron a un valle amplio y soleado, donde había
árboles y plantas, donde la tierra era fértil y servía para cultivar el maíz.
Allí se detuvieron y construyeron un poblado de adobe al que llamaron Yuque
Yunque, que significa «soleada tierra del sur». Y se llamaron a sí mismos
«gente del verano».
Entretanto, los que se habían quedado en el norte,
estaban sufriendo una vida cada vez más penosa y miserable. Cada año el frío
aumentaba más y más hasta que, hartos de pasar hambre, decidieron emigrar hacia
el sur siguiendo a sus hermanos.
En esa época y en ese lugar no había rutas. Hacía ya
varios años que los primeros emigrantes se habían ido, y la naturaleza había
cubierto las huellas de sus pasos. Los nuevos viajeros siguieron su propio
rumbo y terminaron vagando por las grandes llanuras del este, donde no
encontraron ningún valle cálido, ningún hermoso río.
Finalmente, después de muchas penurias, avanzando por
otros caminos, pero yendo siempre hacia el sur, en busca del calor, llegaron a
la orilla este del Río Grande y la siguieron hasta encontrar el valle soleado y
el alegre poblado de Yuque Yunque.
¡Qué felicidad sintieron cuando se encontraron con sus
compatriotas! Pero los indios pueblo no sabían en esa época cómo navegar y no
podían cruzar el río. Tuvieron que contentarse con gritarse de un lado al otro,
saludándose con gestos. Se instalaron en la otra orilla y construyeron casas
para vivir. Se llamaron «gente del invierno», porque habían pasado mucho más
tiempo en el frío del norte.
Los dos poblados a cada lado del río soñaban con
reunirse, pero por el momento era imposible. Hasta que los dos hombres de
medicina de cada aldea mantuvieron una larga conversación a gritos, cada uno
desde su orilla, y decidieron reunir sus artes mágicas para crear un puente que
permitiera cruzar el río.
Lamentablemente, no todos estaban de acuerdo con la reunificación. Sobre
todo, había descontento entre la gente del verano, que estaba instalada allí
desde hacía más tiempo y, por lo tanto, tenían más provisiones, habían
organizado el cultivo del maíz y, en general, vivían en condiciones mucho
mejores que los recién llegados. Entre los disconformes había un hombre malvado
que tenía fama de brujo.
El hombre de medicina de la gente del verano era un
experto en la magia del papagayo. Mientras que el hombre de medicina de la
gente del invierno había aprendido en el viaje todo lo que había que saber
sobre la magia de la
urraca. Cada uno de ellos preparó una pluma gigante de su ave
preferida, tan grande que podía partir de la orilla y alcanzar hasta la mitad
del río. Graciosamente curvadas, las dos plumas se encontraron. Y apenas se
tocaron, se unieron formando un puente fuerte y sólido por el que la gente del
invierno podía cruzar para llegar al otro lado. Muy felices, cantando y
bailando, contentos de encontrarse con sus amigos y parientes, las familias
comenzaron a cruzar el río. Pero cuando el puente estaba realmente cargado de gente,
con un hechizo cruel, el brujo malvado hizo que volcara, y toda la gente cayó
al río. Los hombres de medicina no pudieron impedirlo, pero al menos
consiguieron que no se ahogaran, convirtiéndolos en peces.
Desde entonces los pobladores de Yuque Yunque ya no se
atrevieron a probar los peces del río, por temor a comerse a alguien de su
propio pueblo. Los navajos y los apaches, que eran naciones vecinas, supieron
lo que había sucedido y decidieron que tampoco ellos debían comer pescado,
porque hubiera sido como cometer canibalismo. Y así, por más hambre que
sufrieran los pueblos indígenas de la región, nunca jamás volvieron a pescar en
el Río Grande.
0.011.3 anonimo (america-indios poeblo) - 059
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