Cuenta la leyenda que hace muchos cientos de años un
imperio hindú reinaba en gran parte de las islas que forman Indonesia. Pero el
imperio se veía acosado por sus enemigos. Para escapar de esa situación, Roro
Anteng, la princesa real, y su marido, el príncipe Joko Seger, decidieron
fundar un nuevo reino, al este de la isla de Java.
Embarcándose con muchos seguidores, navegaron hasta
llegar a la isla de Java. Y allí, en el este de la isla, al pie del monte
Bromo, un volcán inactivo, se instalaron con toda su gente. Uniendo las últimas
sílabas de sus nombres decidieron que su reino se llamaría Tengger.
Y su reinado hubiera sido próspero y feliz si no fuera
porque una gran pena perseguía a la pareja real: no podían tener hijos. En su
desesperación, decidieron subir a la cima del monte Bromo para rogarle a los
dioses que les dieran descendencia. Rezaron y suplica-ron con fe y humildad. De
pronto, un relámpago feroz iluminó toda la región y como un trueno se escuchó
la voz retumbante del mensa-jero de los dioses.
-La princesa Roro Anteng y el príncipe Joko Seger
podrán tener hijos. Pero a cambio de este favor, el último de sus hijos será
nuestro.
Con una mezcla de pena y alegría, los príncipes
volvieron al palacio. En efecto, poco después la princesa quedó embarazada y
tuvo un precioso bebé. ¿Y si ese fuera el último? Muy asustados, al año
siguiente tuvieron otro. Y siguieron procreando hijos todos los años para no
tener que entregar ninguno a los dioses del volcán. Así tuvieron veinticinco
hijos. Pero la princesa era ahora una mujer mayor y ya no estaba en condiciones
de seguir teniendo bebés. El último hijo se llamó Kesuma y sus padres lo amaron
todavía más que a los otros, porque sabían que en cualquier momento los dioses
podían reclamarlo para ellos.
Y así fue. Un día entre los días se escuchó otra vez
la voz retumbante que exigía a los padres la entrega del hijo menor. Debían
arrojarlo por el cráter del volcán. Si no lo hacían, el volcán entraría en
erupción, matando a la gente que vivía en los alrededores.
Unos dicen que los príncipes huyeron con Kesuma, pero
que, adonde fueran, un brazo de lava del volcán los seguía. Y que, finalmente,
la lava roja y ardiente atrapó a Kesuma y se lo llevó hasta su destino. Otros
dicen que el mismo Kesuma, compadecido de la suerte de los pobres campesinos a
los que el volcán mataba sin piedad, decidió arrojarse al cráter del monte
Bromo.
Lo cierto es que una vez que Kesuma desapareció dentro
del cráter, la erupción del volcán se detuvo repentinamente. Como por arte de
magia, la lava volvió hacia atrás, y el monte Bromo quedó convertido otra vez
en una inofensiva montaña.
Poco después de su desaparición, se escuchó la voz de
Kesuma, que parecía salir desde dentro de las entrañas del volcán.
-Amados padres, amados súbditos, no sufran por mí. Soy
feliz de haber podido salvarlos. Ayúdense unos a otros y no olviden adorar a
los dioses. Todos los años, en la noche de luna llena del mes de Kasada, deben
realizar una ceremonia en el monte Bromo para recordar mi sacrificio.
Y desde entonces hasta hoy, todos los catorce de
Kasada (el mes número doce del calendario Tengger), el pueblo que rodea el
monte Bromo sube las laderas del volcán para recordar el sacrificio de Kesuma.
0.190.3 anonimo (isla de java) - 059
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