Para los seres humanos no tener fuego era un problema
grave. Entre otras cosas, había que comer todo crudo y frío. La única manera de
calentar los alimentos era llevarlos durante horas bajo la axila. Pero con este
método, la gente se hacía llagas, que muchas veces se infectaban y les
provocaban la muerte.
El dueño del fuego era el gigante Takea. Lo tenía
escondido en una caverna y no se lo prestaba a nadie. Los indios shuar, cuando
se morían, se transformaban en aves, y trataban de meterse volando en la
caverna de Takea para robar una brasa. Pero era imposible. La puerta de la
cueva se abría y se cerraba tan rápido, que ningún pájaro lograba escapar a
tiempo con su botín.
Había un solo pájaro lo bastante veloz y lo bastante
astuto como para engañar a Takea: era Jempe, el colibrí de la cola larga, que
era amigo de los shuar y se apenaba de verlos sufrir tanto. Cierta vez, después
de una tremenda lluvia tropical, el colibrí se instaló, empapado y tiritando,
en la boca de la
caverna. Allí lo encontraron los hijos de Takea, el señor del
fuego. Encantados con sus colores y con esa cola rarísima, mucho más larga que
el resto de su cuerpo, los niños lo llevaron dentro de la cueva y lo acercaron
al fuego para que se calentara.
Jempe mantenía a los niños fascinados con la belleza
de su plumaje de colores. Pronto estuvo lo bastante seco como para mostrarles
que podía mantenerse suspendido en el aire, agitando sus alas a tanta velocidad
que no llegaban a verse. Entonces, de golpe, tan rápido que nadie atinó a
impedirlo, el colibrí se acercó al fuego, encendió su propia cola con las
llamas y salió por la puerta de la caverna en un abrir y cerrar de ojos. Cuando
Takea se dio cuenta de lo que pasaba, ya todo había sucedido.
El colibrí voló hasta encontrar un árbol seco, con su
cola encendida lo hizo arder y así les entregó el precioso fuego a los shuar.
Después voló tan rápido como le permitían sus alas hasta el arroyo más cercano
y metió allí su la cola en llamas para apagarla.
Desde entonces los shuar fueron dueños del fuego y
nunca más lo perdieron, manteniéndolo siempre encendido en sus fogones de tres
troncos. Así pudieron cocinar y comer alimentos mucho más calientes que
entibián-dolos bajo el brazo, pudieron calentarse después de las lluvias, andar
en la noche y quemar maleza para preparar sus huertas.
Y quedaron para siempre agradecidos a Jempe, el único
entre las muchas variedades de colibríes que vuelan por el Amazonas que tiene
la cola bifurcada. Porque quedó para siempre así desde que se le quemó en el
medio, cuando le robó el fuego a Takea para dárselo a los hombres.
0.011.3 anonimo (america-shuar) - 059
No hay comentarios:
Publicar un comentario