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domingo, 28 de diciembre de 2014

El robo del fuego

Para los seres humanos no tener fuego era un problema grave. Entre otras cosas, había que comer todo crudo y frío. La única manera de calentar los alimentos era llevarlos durante horas bajo la axila. Pero con este método, la gente se hacía llagas, que muchas veces se infectaban y les provocaban la muerte.
El dueño del fuego era el gigante Takea. Lo tenía escondido en una caverna y no se lo prestaba a nadie. Los indios shuar, cuando se morían, se transformaban en aves, y trataban de meterse volando en la caverna de Takea para robar una brasa. Pero era imposible. La puerta de la cueva se abría y se cerraba tan rápido, que ningún pájaro lograba escapar a tiempo con su botín.
Había un solo pájaro lo bastante veloz y lo bastante astuto como para engañar a Takea: era Jempe, el colibrí de la cola larga, que era amigo de los shuar y se apenaba de verlos sufrir tanto. Cierta vez, después de una tremenda lluvia tropical, el colibrí se instaló, empapado y tiritando, en la boca de la caverna. Allí lo encontraron los hijos de Takea, el señor del fuego. Encantados con sus colores y con esa cola rarísima, mucho más larga que el resto de su cuerpo, los niños lo llevaron dentro de la cueva y lo acercaron al fuego para que se calentara.
Jempe mantenía a los niños fascinados con la belleza de su plumaje de colores. Pronto estuvo lo bastante seco como para mostrarles que podía mantenerse suspendido en el aire, agitando sus alas a tanta velocidad que no llegaban a verse. Entonces, de golpe, tan rápido que nadie atinó a impedirlo, el colibrí se acercó al fuego, encendió su propia cola con las llamas y salió por la puerta de la caverna en un abrir y cerrar de ojos. Cuando Takea se dio cuenta de lo que pasaba, ya todo había sucedido.
El colibrí voló hasta encontrar un árbol seco, con su cola encendida lo hizo arder y así les entregó el precioso fuego a los shuar. Después voló tan rápido como le permitían sus alas hasta el arroyo más cercano y metió allí su la cola en llamas para apagarla.
Desde entonces los shuar fueron dueños del fuego y nunca más lo perdieron, manteniéndolo siempre encendido en sus fogones de tres troncos. Así pudieron cocinar y comer alimentos mucho más calientes que entibián-dolos bajo el brazo, pudieron calentarse después de las lluvias, andar en la noche y quemar maleza para preparar sus huertas.
Y quedaron para siempre agradecidos a Jempe, el único entre las muchas variedades de colibríes que vuelan por el Amazonas que tiene la cola bifurcada. Porque quedó para siempre así desde que se le quemó en el medio, cuando le robó el fuego a Takea para dárselo a los hombres.

0.011.3 anonimo (america-shuar) - 059

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