Los antiguos hawaianos disfrutaban mucho de un deporte
en el que participaban por igual grandes y chicos, ricos y pobres. Se trataba
de lanzarse colina abajo en unos deslizadores parecidos a las tablas de surf,
casi como si estuvieran haciendo surf en tierra firme.
Kahawali, el joven rey de Hawai, destacaba como
ninguno en ese juego. Cierta vez, fue con unos amigos a divertirse a su colina
favorita. Para que su ancha espada no lo molestara, la dejó abajo, clavándola
en la tierra. Y
corrió con su tabla hacia arriba, seguido por sus compañeros. Era todo un
espectáculo verlos deslizarse sobre el pasto de la ladera, y mucha gente se
reunió para disfrutarlo. Los músicos tocaban sus tambores y cítaras, había también
bailarines para entretener a los espectadores y para celebrar los triunfos del
rey, que a todos ganaba en habilidad y velocidad sobre su tabla.
Tanto bullicio atrajo la atención de Pele, la diosa de
los volcanes. También ella quiso participar de la diversión. Tomando
la forma de una mujer, se apareció en lo alto de la colina y desafió a Kahawali
a una carrera. El rey, sonriendo ante el atrevimiento de la joven, aceptó el
desafío, y allí fueron los dos, deslizándose colina abajo. Pero Pele, por muy
diosa que fuera, no tenía práctica en manejarse sobre la angosta tabla y una
vez más, el rey fue el vencedor.
-No es justo; mi tabla no es tan buena como la tuya
-dijo Pele, enojada, mientras corrían los dos otra vez trepando la colina.
¡Préstame tu tabla y ya verás!
-¡Aole! -contestó el rey, lo que quiere decir,
rotundamente: «¡No, de ninguna manera!». ¿Acaso eres mi esposa para que te dé
mi precioso deslizador?
Por supuesto, Kahawali no había reconocido a Pele,
creía que se trataba de una mujer cualquiera, muy hábil para deslizarse, eso
sí, porque le había costado un gran esfuerzo ganarle la primera vez. Por eso
ahora corrió unos metros para tomar más impulso y se lanzó con todas sus
fuerzas en su tabla, colina abajo.
Pele tenía muy mal genio. Por sus volcánicas
explosiones de mal humor, la habían echado de la casa de su padre. Cuando se
enojaba mucho, su furia se volvía descontrolada. Y eso fue lo que sucedió. Dio
una fuerte patada de protesta contra la tierra y produjo un terremoto. La
colina se partió en dos y, a su llamado, comenzó lanzar fuego y lava. Tomando
su forma sobrenatural, Pele se lanzó hacia el rey.
Mientras bajaba a toda velocidad en su tabla,
deslizándose más rápido que nunca, Kahawali escuchó detrás de sí un ruido
atronador. Pero no miró hacia atrás, porque un buen corredor jamás debe darse la
vuelta para ver si lo está alcanzando su rival: sería casi como darse por
vencido. Era muy extraño lo que se veía abajo, al pie de la colina: los
espectadores, músicos y bailarines salían corriendo, dejando toda clase de
objetos abandonados sobre el césped. Solo cuando llegó abajo del todo y estuvo
seguro de que había ganado otra vez, el joven rey levantó la mirada y vio lo
que se le venía encima: nada menos que la terrible diosa de los volcanes,
rodeada de truenos y relámpagos, llevando consigo a su servidor, el terremoto
y haciendo correr ríos de lava ardiente.
Arrancando su espada de la tierra, Kahawali corrió y
corrió. Era joven y fuerte. Sus piernas estaban muy entrenadas en correr colina
arriba y sostenerse sobre la
tabla. Para correr más cómodo arrojó su capa de hojas de ki.
Sin parar, yendo siempre en dirección al mar, llegó hasta su casa. Se cruzó con
su cerdo favorito y se despidió de él con un toque de narices. Corriendo, pasó
por la casa de su madre y estuvo con ella justo el tiempo suficiente para
frotar nariz con nariz y para advertirla del peligro.
-¡Huye! -le dijo a la anciana. ¡Pele, la devoradora,
me persigue!
Después pasó por donde estaban su mujer y sus hijos.
-Quédate con nosotros, al menos moriremos juntos -le
dijo su mujer.
-¡Huid! Solo me persigue a mí, todavía estáis a tiempo
-dijo el rey. Y no se detuvo en su loca carrera.
La lava ardiente estaba a punto de alcanzarlo.
-¡Ahora veremos quién se desliza más rápido! -gritaba
Pele, en el colmo de su furia.
Kahawali quería llegar a la costa, pero el terremoto
hendió la tierra y una profunda grieta interrumpió su carrera. El rey puso su
ancha espada sobre el precipicio y pasó sobre ella. Corrió y corrió hasta
llegar a la casa de su hermana y apenas tuvo tiempo para decirle:
-¡Aloha, lo siento!
Al llegar a la orilla se encontró con la canoa de su
hermano menor, que volvía de pescar. Kahawali saltó dentro de la canoa y
remando con su ancha espada se internó en el mar.
Por grande que fuera el poder de la diosa, ni siquiera
ella podía lograr que el fuego avanzara sobre el mar. Furiosa, desde la playa,
Pele lanzó con todas sus fuerzas enormes piedras y trozos de roca que caían
alrededor de la canoa, pero no consiguieron hundirla.
El rey ya se había alejado un poco de la costa cuando
se levantó el viento del este. Entonces fijó su ancha espada al fondo de la
canoa para que le sirviera de mástil y vela al mismo tiempo. Deteniéndose a
descansar en cada una de las islas del archipiélago, Kahawali llegó por fin a
Ohau, donde vivía su padre. Y allí se quedó para siempre, a salvo de la furia
de Pele.
Pero nunca volvió a reinar sobre Hawai.
0.089.3 anonimo (hawai) - 059
No hay comentarios:
Publicar un comentario