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domingo, 28 de diciembre de 2014

Los peces que caminan

Hace tantos años que no se pueden contar, vivían en un arroyito de Vietnam unos peces muy pequeños. No tenían enemigos: en el arroyo no había agua suficiente para que lo habitaran peces más grandes que ellos. Los padres trabajaban y los pececitos iban a la escuela. Todas las noches se reunían para celebrar con bailes y canciones su vida tranquila y feliz.
En la escuela a los pececitos varones les enseñaban a conseguir comida. También aprendían a cuidar el paso entre el arroyito y el gran río para que no entraran peces grandes ni se escaparan los pequeñitos.
A las pececitos niñas les enseñaban a proteger los huevos que pondrían cuando fueran grandes en el fondo fangoso. Era importante saber ocultarlos y defenderlos de las ranas y las serpientes.
Pero lo más importante era recordar por qué no tenían que entrar nunca, pero nunca jamás al gran río.
-En el río hay peces enormes, listos para comernos -explicaba el maestro. El agua es sucia y oscura, la corriente es demasiado rápida. Y lo más peligroso de todo son las compuertas de los canales de riego. Los seres humanos usan el agua del río para inundar los campos de arroz.
Lo que aprendían de niños, los peces no lo olvidaban jamás. Y así hubieran seguido viviendo tranquilos generación tras generación, si no hubiera sido por el travieso Chad.
Chad... vosotros sabéis cómo era, u os lo podéis imaginar. Uno de esos pececitos que no respetan nada. Siempre faltando a la escuela, molestando cuando estaba en clase, gastando bromas pesadas. Y sobre todo, siempre rodeado de amigos que lo seguían y festejaban sus tonterías.
-Yo no me creo lo que nos cuenta el maestro. ¿Acaso él estuvo alguna vez en el gran río? Son esas mentiras que los viejos cobardes se repiten unos a otros porque nadie tiene el valor de comprobarlas personalmente. ¿Quién se atreve a venir conmigo al gran río?
Atardecía ya cuando un gran grupo de pececitos se lanzó detrás de Chad hacia lo que parecía una aventura emocionante y divertida. No tuvieron problemas en engañar a los guardias, que estaban preparados para encontrar a los pequeños perdidos, pero no para descubrir peces rebeldes que querían ocultarse. ¿A quién se le iba a ocurrir que alguien iba a entrar al gran río por propia voluntad?
Al principio fue divertidísimo dejarse llevar por la corriente a toda velocidad... hasta que intentaron detenerse. Entonces se dieron cuenta de que estaban siendo arrastrados sin control. En el agua fangosa era difícil verse unos a otros. Muchos de los más pequeños se habían alejado de la orilla y un pez enorme se los tragó de un bocado.
Chad encontró un hueco en la orilla donde consiguió esconderse y desde allí llamó a los demás. Ya era de noche y no se veía nada, pero cada uno dijo su nombre y así supieron que faltaba la mitad de los aventureros.
-Pasaremos la noche aquí -dijo Chad. Y por la mañana os llevaré de vuelta a nuestro arroyo.
Pero lo que Chad no sabía era que su escondrijo era, precisamente, la puerta de un canal de riego. De madrugada los despertó un ruido enorme y extraño. Antes de que pudieran recobrarse del susto, el agua los arrastró, y de golpe se encontraron en medio de un campo de arroz. Parte del agua sería absorbida por la tierra, y el Sol haría evaporar el resto. Les esperaba una muerte lenta y horrible.
Chad y sus alegres bromistas, llorando, se inclinaron y comenzaron a rezar. Nadie esperaba lo que sucedió entonces. Un enorme pez blanco, muy brillante, apareció ante ellos.
-Por vuestra mala conducta, se os ha castigado -dijo el gran pez. Por vuestra corta edad, seréis perdonados. No moriréis, pero tampoco seguiréis siendo peces como los demás. Vosotros y vuestros descendientes viviréis para siempre en los campos de arroz.
Así fue y así es. Todavía hoy viven en los campos de arroz de Vietnam unos peces muy pequeños, con aletas que son casi patas y les sirven para caminar en el barro. Cuando el campo está empezan-do a secarse, los peces avanzan hasta los pequeños diques que separan un campo del otro, y trepan buscando alguno que esté recién inundado. Al terminar la época del año en que los campesinos inundan los campos para que crezca el arroz, los peces que caminan se entierran en el barro y así sobreviven mientras esperan que vuelva el agua.

0.169.3 anonimo (vietnam) - 059

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