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lunes, 3 de diciembre de 2012

¡Qué bien cantaba Japim!

Antes, antes de lo ocurrido, ¡qué bien cantaba Japim![i]
Ningún pajarito cantaba mejor que Japim. En aquel tiempo todavía no hacía nidos en las ramas. ¡Vivía en el cielo!
Vuelta y media, Tupá[ii] le llamaba:
  ¡Japim, ven aquí ! ¡Canta, que quiero dormir!
Allá iba Japim a cantar al dios de los indios. ¡ Qué bien cantaba Japim! En cuanto co­menzaba a cantar, Tupá se adormecía hechi­zado por la melodía del canto del pajarito.
Cierto día, Tupá despertó con un alboroto de voces que llegaban de abajo, de la tierra, pidiendo ir al cielo. Eran los indios que pedían e imploraban sin cesar. Tupá quiso saber de qué se trataba.
Los indios contaron que había una peste entre ellos, y que por esa razón todos querían ir al cielo, donde no había peste alguna.
Tupá dijo que no; que era mucha gente, que no era posible. Pero prometió enviar a Japim a cantar para ellos a fin de consolarlos.
Japim llegó a la tierra. Cantaba y cantaba. Oyendo su canto, los indios se olvidaron de sus desdichas, y poco a poco recomenzaron a trabajar. La peste cesó y los indios volvieron a vivir felices. Antes que Tupá se acordase de mandar a buscar a Japim, los indios se lo pidieron. Tupá regaló a Japim a los indios.
Desde ese día, Japim se tornó vanidoso, considerándose un gran personaje. Lleno de orgullo, empezó a imitar a los otros paja­ritos.
Escuchaba cómo cantaba el jabia-corochi­ré[iii] y allá se iba tras él, imitándolo. Si el uirapurú[iv] pasaba con los otros pájaros de la floresta, que le seguían para oír su canto de cristal, Japim, para burlarse del uirapurú, le imitaba.
Remedaba a grandes y a chicos, a los de cuellecito rojo y a los amarillos, a los de pico curvo y a los de cola blanca, hasta que los pajaritos empezaron a disgustarse. Por fin re­solvieron formar una comisión y presentar sus quejas a Tupá.
Llegaron al cielo y contaron todo, tim-tim por tim-tim, lo que Japim hacía: cómo se reía de todos ellos y cómo, para humillarlos, los imitaba.
Tupá hizo llamar a Japim. Lo recibió con el ceño fruncido y le reprendió, pero sin re­sultado. Japim regresó a la tierra y siguió haciendo lo mismo, burlándose de los otros pajaritos.
Tupá, entonces, le dijo:
Japim, si no cesas de burlarte de los otros, vas a perder tu hermoso canto. ¡Nó podrás sino remedar el canto de las demás aves, y todas te tendrán rabia! ¡Piénsalo bien; mira que acabarás remedando hasta a las gallinas!...
No quiso escuchar los consejos de Tupá, y tanto hizo, tanto hizo, que terminó perdiendo su canto.
¡Qué lástima! ¡Tan bién que cantaba Ja­pim!
Cierto día, apareció un pájaro nuevo por aquellos lugares. Era un gavilán colorado[v] pequeño, astuto, de vuelo muy ligero. Se lla­maba Cauré[vi]. Era valiente, pero no cantaba bien. No es que fuese desagradable el cántico. Nada de eso. No era sino que le faltaba gracia para cantar y siempre repetía la misma cosa, sin melodía alguna. Pero no se acercaba a nadie, y hasta el gavilán real[vii] le respe­taba.
Por la más mínima cosa estaba dispuesto a pelear, pero no se enfrentaba a las aves ma­yores, aunque sabía cómo vencerlas.
Huía volando, y si un buitre, un cóndor o un gavilán real le perseguía, maniobraba rá­pidamente y se metía debajo de sus alas. Como las aves mayores no pueden hacer lo mismo durante el vuelo, ni agarrar a otra pe­queña que se meta entre sus alas, Cauré, con el pico afilado y curvo, les cortaba los músculos propulsores, esos pequeños músculos que dan fuerza a las alas para volar. Atacadas de esa manera, las aves grandes huían abandonando la lucha. Pero ave que cayese al suelo era víctima de Cauré, que se arrojaba sobre ellas y las mataba.
Japim sabía todo eso. Sentía incluso un poco de miedo hacia Cauré, hasta que llegó un día en que este pasó cerca; Japim no resistió y le remedó el canto.
Cauré, que no admitía bromas, partió veloz sobre Japim. Este, asustado, se metió en el nido largo que había construido para vivir.
El pequeño gavilán se posó en una rama próxima y esperó la salida de Japim.
Las avispas vecinas y amigas de Japim, que observaron todo lo ocurrido, cayeron sobre Cauré, el cual, por temor hacia ellas, se alejó.
Pero esto no le sirvió de lección a Japim. Pajarito que pasaba cerca era imitado por él.
Había uno en la floresta que Japim no conocía. Era Tangará[viii], que volaba siempre en grupo, en compañía de otros tangaraes. Cantaban en voz baja, suavemente y dan­zando siempre. Japim nunca había visto a Tangará. Cierta vez, de viaje, Japim se en­contró con él al pasar entre los arbustos.
Apenas vio cantar y danzar a Tangará, se puso a remedarlo. Tangará, sin decir palabra, se fue hacia él. Japim, que no lo esperaba, se defendió como pudo. Pero Tangará estaba enojado y lo atacó sin descanso.
Los pajaritos formaron una rueda alre­dedor de Japim y Tangará. Unos avisaron a otros, y de todos los rincones de la floresta llegaron más para presenciar la lucha.
La pelea se iba poniendo fea. Japim busca­ba la manera de huir, pero no podía. Los espectadores apretaban cada vez más el círcu­lo. La mayoría apoyaba animadamente a Tangará, que era muy querido en la floresta.
De repente, no se sabe cómo, ya que todo fue muy rápido, Tangará hirió a Japim muy cerca del corazón.
El pobre Japim cayó como muerto.
Todos los pajaritos aplaudieron. En ese instante intervino Tupá:
Desde hoy en adelante, los tangaraes llevarán la marca de la victoria en el pico; tendrán siempre el pico rojo, ¡el color de la sangre de Japim!
Desde ese día, Japim nunca más remedó a Tangará. Es el único pájaro al que respeta.
Cuando ve el pico rojo de Tangará, se aleja deprisa. Recuerda lo sucedido aquella vez y levanta el vuelo. Tiene miedo.

0.020. anonimo (brasil) - 010




[i] Con este nombre se conoce en Brasil un pájaro negro con el dorso posterior amarillo intenso, color este que se extiende hasta parte de la cola. También el pico es amarillo. Construye su nido cerca de los de las avispas para apro­vechar el temor de los animales a estos insectos. Hace su nido en forma de largas bolsas colgadas de los árboles.
[ii] Nombre que algunas tribus de indios del Brasil daban al trueno y más tarde pasó a designar a Dios.
[iii] Con este nombre se le conoce en Corrientes y en el Paraguay. En Brasil hay catorce especies y se llama sabiá. Su canto es melodioso.
[iv] Pájaro pequeño del Amazonas. Tiene un canto melodio­so y su plumaje es refulgente.
[v] En Brasil suele llamarse «casaco de couro», que quiere decir «tapado de cuero», por su color de herrumbre, de cuero.
[vi] Pequeño gavilán del Amazonas.
[vii] Hermoso gavilán que mide dos metros de una punta a otra de las alas. Es de color gris con el cuello blanco. Posee un penacho que se yergue cuando está excitado.
[viii] Pajarito del tamaño de los gorriones. El macho es de color azul con la cabeza y el pico escarlata; la frente, el pescuezo, las alas y la cola son negros. Tiene dos plumas largas en la cola, de color azul. Los pájaros jóvenes y los del sexo femenino son de color verde. Los cazadores que han observado a estos pájaros en los bosques afirman que eje­cutan bailes hermosos y delicados, llenos de gracia.

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