Entre las sierras de Pacaraima[i]
y la de Roraima[ii]
y el río Cotingo[iii]
vive todavía la tribu de Tauená. En aquella región hay muchos ríos que
confluyen para formar el río Branco. En las aguas de esos ríos hay abundancia
de peces buenos, pero antes había muchos más, pequeños y grandes, como los surubins [iv]
y los pirarucúes [v].
Hasta el pez-buey [vi],
que hoy casi ya no existe, pastaba entonces entre las canaranas, en los
remansos del agua.
Los viejos cuentan que antes se veían en las riberas
de los ríos y lagos muchas garzas, jabirúes [vii],
mauaris y muchas otras aves, grandes
y chicas; tantas, que era imposible contarlas. En los bosques de las islas[viii],
erguíanse grandes árboles de las mejores maderas; también árboles que daban
sabrosos frutos y otros por cuyos troncos corrían resinas aromáticas y que con
un golpe de cuchillo vertían el precioso látex.
En las hondonadas y boquerones pastaban rebaños de
venados, y los jabalíes cruzaban la región de punta a punta. Monos, los había
grandes, como los guaribas [ix],
y chiquitos, como los saguíes [x].
Había jaguares enormes como bueyes, osos hormigueros y tatúes. Pero el tapir [xi]
era siempre la caza preferida.
Los guacamayos [xii]
y los papagayos volaban en bandos rumorosos. Los pajaritos no hablaban,
cantaban, llenando el pecho de alegría, y regalaban sus plumajes de colores
para que los indios se adornasen y adornaran sus armas y sus hamacas.
¡Ah! Antes, todo era hermoso allí y lleno de colores y
de cantos. Antes, los indios vivían allí como en un paraíso que les pertenecía.
Pero eso fue antes de nacer Tauená, cuando era
suficiente extender las manos para agarrar un pez en el río, tensar el arco y
lanzar la flecha para recoger una pieza, porque eran tantos los animales, que
siempre se alcanzaba alguno. Después llegaron los hombres blancos y lo echaron
todo a perder: cazaron y pescaron más de lo debido, talaron los bosques, se
apoderaron de las tierras de los indios y pusieron alambradas para que ellos no
pudieran recoger los frutos de la tierra ni pescar en las aguas que habían
sido de todos.
Por esa razón, Tauená se hizo tan buen cazador. La
caza ya no era abundante y había que arriesgarse para no perderla.
Tauená no tiraba jamás en vano una flecha; jamás
perdía la caza que persiguiera. No había cazador que se le comparara.
Cierta noche, su madre le vio afilando la punta de las
flechas y le dijo:
-No vayas a cazar hoy, hijo. Hay mucha embiara[xiii]
en el moquem, y no se necesita más. Vete
con los otros a recoger los frutos del buritizeiro.
-Ya lo sé, madre. Cerca del riachuelo hay muchas
frutas. Los pajaritos y los animales van allá a comer los frutos que riegan el
suelo. Allá me voy.
-Debes llevar un jamaxí[xiv],
hijo, para traer los frutos.
-No, madre. Tauená es cazador... Recoger frutos de burití[xv]
es cosa de mujeres, de los curumins...
-Pero si tus hermanos y tus parientes van...
-Ellos, sí... Tauená, no... Tauená ¡es cazador,
madre!
Reunió sus flechas nuevas y se fue con los otros que
iban a recoger los frutos de burití.
La madre de Tauená no dijo nada, pero pensó que los
indios no matan los animales sin necesidad; solamente cazan para alimentarse.
Si no es así, Cainhamé[xvi],
el padre de la floresta, los castiga.
Salieron de madrugada.
En el claroscuro del amanecer, Tauená vio unas sombras
que se movían bajo el buritizeiro.
Olió caza menuda y esperó. Cuando se hizo de día, Tauená vio un agutí-assú[xvii]
hembra, sentada bajo el buritizeiro,
royendo un fruto de burití. Hizo señas a los compañeros, pidiendo silencio.
Armó el arco y disparó la flecha.
¡Qué sorpresa! La flecha pasó por encima del agutí sin
tocarla. ¿Qué podía ser?
Era la primera vez que Tauená no acertaba a un
animal. Sus hermanos pensaron: «¿Qué pasará?»
Tauená preparó el arco de nuevo y ¡ziiim!
Partió veloz la flecha, pero el agutí-assía no se
movió. Roía y roía el fruto de burití.
Los hermanos del cazador, las mujeres y los curumins
que lo acompañaban rieron ruidosamente y gastaron algunas bromas. Fue entonces
cuando el agutí-assú huyó, asustada por el ruido. Tauená partió en su persecución.
¡Cómo iba a perder un agutí-assú de esa hermosura ! En ese momento, un rayo de
sol iluminó al animal, que apareció dorado: ¡era un agutí de oro!
-¡Ah, agutí-assú !¡Yo te agarro! exclamó Tauená,
desconcertado.
El agutí de oro corría siempre delante de Tauená, que
le disparaba flecha tras flecha, sin que ninguna le alcanzara. El agutí, para
despreciarlo, se sentaba en las patas traseras y roía, roía el fruto de burití
que llevaba prendido entre los dientes. A veces, para desconcertar al
cazador, saltaba de un lado para otro, cerca, muy cerca de él. Después corría delante
de él, se sentaba de nuevo sobre las patas traseras y roía, roía el fruto de
burití.
Tauená distendía el arco, apuntaba y largaba la flecha,
que nunca acertaba en el animal, pasando por encima, por sus flancos de oro,
por entre sus piernas doradas... Ninguna flecha lo alcanzaba.
El agutí saltaba y, corría: después se sentaba sobre
las patas y roía, roía el fruto del burití.
Hacía tiempo que Tauená perseguía al agutí de oro por
campos y bosques. ¿Cuántas horas? ¿Cuántos días?
El agutí-assú de tal hermosura iba siempre delante,
saltando y saltando. Luego se sentaba sobre las patas de atrás y roía, roía el
fruto de burití.
Tauená no era un cazador que abandonase la caza
perseguida.
Y llegó el momento cuando el agutí permitió al
cazador acercarse; no se movía del lugar y lo miraba. Tauená se fue acercando,
acercando despacio, despacito... Se iba acercando... El agutí de oro no se
movía. Sentada sobre las patas traseras, roía y roía el fruto de burití.
Tauená pensó:
«Ahora voy a poner mis manos sobre ella, voy a agarrar
el animalito vivo.»
Era de tal hermosura el agutí de oro reluciente al
sol. ¡Sería una lástima matarla! No la mataría, no.
Tauená se acercaba..., se fue acercando... Despacio,
despacito, extendió rápido las manos y... ¡patatrás!
El agutí de oro saltó y ocultóse detrás de un montón
de plantas de bananos.
¡Ah, agutí-assú! -exclamó Tauená, y embistiendo
contra los bananos para agarrarla, pensó rápidamente: «Ahora sí que no huirás
más, agutí de oro.»
Ya iba a penetrar por entre los bananos..., cuando de
súbito la planta de bananos se transformó en una maraña de espinos grandes y
aduntos, enredados entre sí. Cercada en el medio por espinos, surgió una Cunhá de oro como el agutí-assú.
-¡Ah hermosa Cunhá!
-exclamó Tauená.
Se abalanzó sobre los espinos para agarrar la Cunhá
dorada. Hirióse la cara, los brazos, las piernas, el pecho... Ya no parecía
Tauená, el joven y hermoso cazador, el más valiente. Lloraba y reía al mismo
tiempo, lacerándose con los espinos.
¡Pobre Tauená! Unas veces veía el agutí dorado y otra
vez veía la Cunhá de oro. ¿A cuál elegir por su belleza? ¿A
cuál flecharía?
Tauená ya se moría de amores por la Cunhá
dorada. Iba a alcanzarla..., extendía las manos..., iba a tocarla... Surgió un
espino, otro y otro más. Y la maraña se espesaba más todavía.
Sangraban las manos de Tauená y la Cunhá
de oro sonreía, sonreía como fruto de burití.
Cainhamé abrió las manos y trenzó la maraña de
espinos alrededor de la Cunhd
dorada, de la hermosa Cunhá-agutí-assú.
-¡Ah Cunhá de
oro! -gimió el cazador.
Tauená corrió por bosques y descampados...
Sus hermanos le encontraron días después, caído en el
suelo, febril y desfalleciente. Solo su corazón palpitaba de amor por la Cunhá
de oro, la hermosa Cunhá que nadie
volvió a ver.
Solamente Tauená, solo él, pudo ver a la Cunhá
de oro.
0.020. anonimo (brasil) - 010
[i] También Paracaima. Es una gran cordillera en la frontera de Brasil con
Venezuela.
[ii] La cumbre más alta de la cordillera es la montaña Roroima o Roraima
(2.772 metros de altitud). La palabra Roroima significa, en la lengua de los
indios de la región, «Madre de las Aguas».
[iii] Nace este río en la cumbre
de la montaña Roroima, en donde se yergue el marco de la frontera de Brasil con
Venezuela y Guayana independiente.
[iv] Peces sin escamas, de color
pardo con motas negras. Llegan a tener tres metros treinta centímetros de
largo; más grandes que el pirarucú.
[v] Véase la explicación de la
leyenda Cómo apareció la noche.
[vi] Peixe-boi, en portugués. Mamífero del orden de los sirenios,
familia de los manátidos. Hay una sola especie en Brasil, que quedó muy
diezmada. Encuéntrase en la costa del Norte y en el Amazonas. Vive en los ríos
y lagos en donde abunda la canarana, una alta gramínea. Se parece más bien a
una foca.
[vii] Es la especie que más se
asemeja ala cigüeña de Europa. Ave de patas largas, de cuerpo fuerte y una talla
de un metro quince centímetros aproximadamente; el pico es grueso en la base y
afilado en la punta, como de unos treinta centímetros de largo. El pescuezo
está desprovisto de plumas, negro con la base roja, también sin plumas. El
plumaje es blanco no muy claro, y las patas son negras. Aliméntase de peces en
descomposición.
[viii] Terreno de planicies con bosques aislados, a los que llaman «Islas de
Bosques».
[ix] Son monos corpulentos con
barba. Su color es el negro o amarillo oscuro. Hay cinco especies brasileñas
del género Alouatta, habiendo otras especies en el continente, norte de
Argentina hasta América Central. Viven en bandos de doce, guiados por el más
viejo, que la gente llama «capellán». A la mañana y a la tarde, o cuando el
tiempo va a cambiar, empiezan a gritar (uiaar) todos juntos en la copa de un
gran árbol. Se escuchan sus voces a más de media legua de distancia.
Aliméntanse de brotes, hojas y frutos. Tienen gran fuerza en la cola, que
utilizan como una mano más. Pueden comer colgados de ella. Las madres son muy
cariñosas con sus hijos. El jefe «capellán» tiene el encargo de la vigilancia,
y si no da la señal de huida a tiempo, dicen que es azotado por los otros del
bando.
[x] Bajo este nombre se incluyen todas las especies de simios de la
familia hapalideos. En total, unas veinticinco especies en Brasil. El más
pequeño, del alto Amazonas, mide dieciséis centímetros. La cola es muy larga
para su tamaño. El pelo es suave, castaño oscuro, con ornatos blancos o rojos
en la frente y los bigotes. Son animalitos graciosos y tiernos.
[xi] Mamífero de la familia
tapirideos, Tapiris americanus. Es
una de las mejores cazas. Puede medir hasta dos metros de largo y un metro de
alto. Su color es uniforme, castaño pardo, pero los cachorros son listados con
motitas blancas en las piernas y la cabeza. Después del sexto mes de vida el
color se torna uniforme. El hocico termina en forma de pequeña trompa móvil. La
cola es corta y las orejas son móviles, como las de los caballos. Vive en las
florestas, cerca del agua; nada y se zambulle perfectamente. Tiene gran fuerza.
Pace y aliméntase de frutas silvestres. Se extiende de la Argentina a Venezuela.
[xii] Aves de la familia psittacideos, de colores brillantes: rojo, amarillo
y azul. Viven en grandes bandos en las florestas. Son muy ruidosos y vivaces.
Aliméntanse preferentemente de frutos de cáscara dura, que rompen con sus
picos, muy fuertes. Aprenden a hablar, pero no tan bien como los loros. Sus
voces estridentes repiten siempre «a-ra-ra», lo que dio origen a su nombre en Brasil:
arara.
[xiii] Se da este nombre a la caza
y al pescado con que se alimentan.
[xiv] Palabra con que los indígenas de la región designan un utensilio que
les sirve para el transporte de carga, objetos y productos del cultivo. Lo
apoyan en la espalda, para que no se mueva de un lado a otro, y lo fijan por
medio de una cinta de fibras vegetales trenzadas a la cabeza y bajo los
hombros.
[xv] Palmera del Brasil, de frutos comestibles.
[xvi] Pai-do-Mato, que quiere decir «padre del monte». En la mitología de
los indios Taulipangs y sus vecinos, se trata de un espíritu del mal. Toma
varias formas, y muchas fechorías le son atribuidas por los indígenas, que le
temen mucho.
[xvii] Especie de roedor que llega
a tener más de medio metro de largo. Su pelo es amarillo casi dorado, distinto
de las especies más pequeñas. Sus movimientos son rápidos y corre a saltitos.
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