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lunes, 3 de diciembre de 2012

El agutí de oro

Entre las sierras de Pacaraima[i] y la de Roraima[ii] y el río Cotingo[iii] vive todavía la tribu de Tauená. En aquella región hay muchos ríos que confluyen para formar el río Branco. En las aguas de esos ríos hay abundancia de peces buenos, pero antes había muchos más, pequeños y grandes, como los surubins [iv] y los pirarucúes [v]. Hasta el pez-buey [vi], que hoy casi ya no existe, pastaba entonces entre las canaranas, en los remansos del agua.
Los viejos cuentan que antes se veían en las riberas de los ríos y lagos muchas garzas, jabirúes [vii], mauaris y muchas otras aves, grandes y chicas; tantas, que era im­posible contarlas. En los bosques de las is­las[viii], erguíanse grandes árboles de las me­jores maderas; también árboles que daban sabrosos frutos y otros por cuyos troncos corrían resinas aromáticas y que con un golpe de cuchillo vertían el precioso látex.
En las hondonadas y boquerones pastaban rebaños de venados, y los jabalíes cruzaban la región de punta a punta. Monos, los había grandes, como los guaribas [ix], y chiquitos, como los saguíes [x]. Había jaguares enormes como bueyes, osos hormigueros y tatúes. Pero el tapir [xi] era siempre la caza preferida.
Los guacamayos [xii] y los papagayos volaban en bandos rumorosos. Los pajaritos no habla­ban, cantaban, llenando el pecho de alegría, y regalaban sus plumajes de colores para que los indios se adornasen y adornaran sus armas y sus hamacas.
¡Ah! Antes, todo era hermoso allí y lleno de colores y de cantos. Antes, los indios vivían allí como en un paraíso que les pertenecía.
Pero eso fue antes de nacer Tauená, cuando era suficiente extender las manos para agarrar un pez en el río, tensar el arco y lanzar la flecha para recoger una pieza, porque eran tantos los animales, que siempre se alcanzaba alguno. Después llegaron los hombres blancos y lo echaron todo a perder: cazaron y pescaron más de lo debido, talaron los bosques, se apoderaron de las tierras de los indios y pusieron alambradas para que ellos no pu­dieran recoger los frutos de la tierra ni pescar en las aguas que habían sido de todos.
Por esa razón, Tauená se hizo tan buen cazador. La caza ya no era abundante y había que arriesgarse para no perderla.
Tauená no tiraba jamás en vano una flecha; jamás perdía la caza que persiguiera. No había cazador que se le comparara.
Cierta noche, su madre le vio afilando la punta de las flechas y le dijo:
-No vayas a cazar hoy, hijo. Hay mucha embiara[xiii] en el moquem, y no se necesita más. Vete con los otros a recoger los frutos del buritizeiro.
-Ya lo sé, madre. Cerca del riachuelo hay muchas frutas. Los pajaritos y los animales van allá a comer los frutos que riegan el suelo. Allá me voy.
-Debes llevar un jamaxí[xiv], hijo, para traer los frutos.
-No, madre. Tauená es cazador... Re­coger frutos de burití[xv] es cosa de mujeres, de los curumins...
-Pero si tus hermanos y tus parientes van...
-Ellos, sí... Tauená, no... Tauená ¡es ca­zador, madre!
Reunió sus flechas nuevas y se fue con los otros que iban a recoger los frutos de burití.
La madre de Tauená no dijo nada, pero pensó que los indios no matan los animales sin necesidad; solamente cazan para alimen­tarse. Si no es así, Cainhamé[xvi], el padre de la floresta, los castiga.
Salieron de madrugada.
En el claroscuro del amanecer, Tauená vio unas sombras que se movían bajo el buritizeiro. Olió caza menuda y esperó. Cuando se hizo de día, Tauená vio un agutí-assú[xvii] hembra, sentada bajo el buritizeiro, royendo un fruto de burití. Hizo señas a los compañeros, pi­diendo silencio.
Armó el arco y disparó la flecha.
¡Qué sorpresa! La flecha pasó por encima del agutí sin tocarla. ¿Qué podía ser?
Era la primera vez que Tauená no acerta­ba a un animal. Sus hermanos pensaron: «¿Qué pasará?»
Tauená preparó el arco de nuevo y ¡ziiim!
Partió veloz la flecha, pero el agutí-assía no se movió. Roía y roía el fruto de burití.
Los hermanos del cazador, las mujeres y los curumins que lo acompañaban rieron ruidosamente y gastaron algunas bromas. Fue entonces cuando el agutí-assú huyó, asustada por el ruido. Tauená partió en su persecu­ción. ¡Cómo iba a perder un agutí-assú de esa hermosura ! En ese momento, un rayo de sol iluminó al animal, que apareció dorado: ¡era un agutí de oro!
-¡Ah, agutí-assú !¡Yo te agarro! excla­mó Tauená, desconcertado.
El agutí de oro corría siempre delante de Tauená, que le disparaba flecha tras flecha, sin que ninguna le alcanzara. El agutí, para despreciarlo, se sentaba en las patas traseras y roía, roía el fruto de burití que llevaba pren­dido entre los dientes. A veces, para descon­certar al cazador, saltaba de un lado para otro, cerca, muy cerca de él. Después corría delante de él, se sentaba de nuevo sobre las patas traseras y roía, roía el fruto de burití.
Tauená distendía el arco, apuntaba y lar­gaba la flecha, que nunca acertaba en el animal, pasando por encima, por sus flancos de oro, por entre sus piernas doradas... Nin­guna flecha lo alcanzaba.
El agutí saltaba y, corría: después se sen­taba sobre las patas y roía, roía el fruto del burití.
Hacía tiempo que Tauená perseguía al agu­tí de oro por campos y bosques. ¿Cuántas horas? ¿Cuántos días?
El agutí-assú de tal hermosura iba siempre delante, saltando y saltando. Luego se sen­taba sobre las patas de atrás y roía, roía el fruto de burití.
Tauená no era un cazador que abandonase la caza perseguida.
Y llegó el momento cuando el agutí permi­tió al cazador acercarse; no se movía del lugar y lo miraba. Tauená se fue acercando, acer­cando despacio, despacito... Se iba acercan­do... El agutí de oro no se movía. Sentada sobre las patas traseras, roía y roía el fruto de burití.
Tauená pensó:
«Ahora voy a poner mis manos sobre ella, voy a agarrar el animalito vivo.»
Era de tal hermosura el agutí de oro relu­ciente al sol. ¡Sería una lástima matarla! No la mataría, no.
Tauená se acercaba..., se fue acercando... Despacio, despacito, extendió rápido las ma­nos y... ¡patatrás!
El agutí de oro saltó y ocultóse detrás de un montón de plantas de bananos.
  ¡Ah, agutí-assú! -exclamó Tauená, y em­bistiendo contra los bananos para agarrarla, pensó rápidamente: «Ahora sí que no huirás más, agutí de oro.»
Ya iba a penetrar por entre los bananos..., cuando de súbito la planta de bananos se transformó en una maraña de espinos grandes y aduntos, enredados entre sí. Cercada en el medio por espinos, surgió una Cunhá de oro como el agutí-assú.
-¡Ah hermosa Cunhá! -exclamó Tauená.
Se abalanzó sobre los espinos para agarrar la Cunhá dorada. Hirióse la cara, los brazos, las piernas, el pecho... Ya no parecía Tauená, el joven y hermoso cazador, el más valiente. Lloraba y reía al mismo tiempo, lacerándose con los espinos.
¡Pobre Tauená! Unas veces veía el agutí dorado y otra vez veía la Cunhá de oro. ¿A cuál elegir por su belleza? ¿A cuál flecharía?
Tauená ya se moría de amores por la Cunhá dorada. Iba a alcanzarla..., extendía las manos..., iba a tocarla... Surgió un espino, otro y otro más. Y la maraña se espesaba más todavía.
Sangraban las manos de Tauená y la Cunhá de oro sonreía, sonreía como fruto de burití.
Cainhamé abrió las manos y trenzó la ma­raña de espinos alrededor de la Cunhd dorada, de la hermosa Cunhá-agutí-assú.
-¡Ah Cunhá de oro! -gimió el cazador.
Tauená corrió por bosques y descampados...
Sus hermanos le encontraron días después, caído en el suelo, febril y desfalleciente. Solo su corazón palpitaba de amor por la Cunhá de oro, la hermosa Cunhá que nadie volvió a ver.
Solamente Tauená, solo él, pudo ver a la Cunhá de oro.

0.020. anonimo (brasil) - 010





[i] También Paracaima. Es una gran cordillera en la frontera de Brasil con Venezuela.
[ii] La cumbre más alta de la cordillera es la montaña Roroima o Roraima (2.772 metros de altitud). La palabra Roroima significa, en la lengua de los indios de la región, «Madre de las Aguas».
[iii] Nace este río en la cumbre de la montaña Roroima, en donde se yergue el marco de la frontera de Brasil con Vene­zuela y Guayana independiente.
[iv] Peces sin escamas, de color pardo con motas negras. Llegan a tener tres metros treinta centímetros de largo; más grandes que el pirarucú.
[v] Véase la explicación de la leyenda Cómo apareció la noche.
[vi] Peixe-boi, en portugués. Mamífero del orden de los sirenios, familia de los manátidos. Hay una sola especie en Brasil, que quedó muy diezmada. Encuéntrase en la costa del Norte y en el Amazonas. Vive en los ríos y lagos en donde abunda la canarana, una alta gramínea. Se pa­rece más bien a una foca.
[vii] Es la especie que más se asemeja ala cigüeña de Europa. Ave de patas largas, de cuerpo fuerte y una talla de un metro quince centímetros aproximadamente; el pico es grueso en la base y afilado en la punta, como de unos treinta centímetros de largo. El pescuezo está desprovisto de plumas, negro con la base roja, también sin plumas. El plumaje es blanco no muy claro, y las patas son negras. Aliméntase de peces en descomposición.
[viii] Terreno de planicies con bosques aislados, a los que llaman «Islas de Bosques».
[ix] Son monos corpulentos con barba. Su color es el negro o amarillo oscuro. Hay cinco especies brasileñas del género Alouatta, habiendo otras especies en el continente, norte de Argentina hasta América Central. Viven en bandos de doce, guiados por el más viejo, que la gente llama «capellán». A la mañana y a la tarde, o cuando el tiempo va a cambiar, empiezan a gritar (uiaar) todos juntos en la copa de un gran árbol. Se escuchan sus voces a más de media legua de distancia. Aliméntanse de brotes, hojas y frutos. Tienen gran fuerza en la cola, que utilizan como una mano más. Pueden comer colgados de ella. Las madres son muy cari­ñosas con sus hijos. El jefe «capellán» tiene el encargo de la vigilancia, y si no da la señal de huida a tiempo, dicen que es azotado por los otros del bando.
[x] Bajo este nombre se incluyen todas las especies de simios de la familia hapalideos. En total, unas veinticinco especies en Brasil. El más pequeño, del alto Amazonas, mide dieci­séis centímetros. La cola es muy larga para su tamaño. El pelo es suave, castaño oscuro, con ornatos blancos o rojos en la frente y los bigotes. Son animalitos graciosos y tiernos.
[xi] Mamífero de la familia tapirideos, Tapiris americanus. Es una de las mejores cazas. Puede medir hasta dos metros de largo y un metro de alto. Su color es uniforme, castaño pardo, pero los cachorros son listados con motitas blancas en las piernas y la cabeza. Después del sexto mes de vida el color se torna uniforme. El hocico termina en forma de pequeña trompa móvil. La cola es corta y las orejas son móviles, como las de los caballos. Vive en las florestas, cerca del agua; nada y se zambulle perfectamente. Tiene gran fuerza. Pace y aliméntase de frutas silvestres. Se extiende de la Argentina a Venezuela.
[xii] Aves de la familia psittacideos, de colores brillantes: rojo, amarillo y azul. Viven en grandes bandos en las flo­restas. Son muy ruidosos y vivaces. Aliméntanse preferen­temente de frutos de cáscara dura, que rompen con sus picos, muy fuertes. Aprenden a hablar, pero no tan bien como los loros. Sus voces estridentes repiten siempre «a-ra-ra», lo que dio origen a su nombre en Brasil: arara.
[xiii] Se da este nombre a la caza y al pescado con que se alimentan.
[xiv] Palabra con que los indígenas de la región designan un utensilio que les sirve para el transporte de carga, objetos y productos del cultivo. Lo apoyan en la espalda, para que no se mueva de un lado a otro, y lo fijan por medio de una cinta de fibras vegetales trenzadas a la cabeza y bajo los hombros.
[xv] Palmera del Brasil, de frutos comestibles.
[xvi] Pai-do-Mato, que quiere decir «padre del monte». En la mitología de los indios Taulipangs y sus vecinos, se trata de un espíritu del mal. Toma varias formas, y muchas fechorías le son atribuidas por los indígenas, que le temen mucho.
[xvii] Especie de roedor que llega a tener más de medio metro de largo. Su pelo es amarillo casi dorado, distinto de las especies más pequeñas. Sus movimientos son rápidos y corre a saltitos.

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