Antiguamente, el fuego no pertenecía a todos. Su dueño
era el cuervo Urubú[i],
quien lo llevaba siempre consigo, bien escondido bajo las alas, como para que
no se enfriase.
Baíra, viendo que en aquel tiempo los indios secaban
la comida al sol, decidió robar el fuego para que su gente pudiera cocinar sus
alimentos.
Baíra era muy hábil: enseñó a los Parintintim[ii]
la pesca con sangab, que es un pez
falso hecho para atraer a los verdaderos peces. Les enseñó a cazar pajaritos
con trampas untadas de resina gomosa... Baíra enseñó muchísimas cosas a su
gente.
Dijo:
-¿Por qué el fuego ha de tener dueño? ¡El fuego debe
ser de todos!
Penetró en el monte, se cubrió de hojas, se acostó y
se quedó en el suelo, inmóvil, haciéndose el muerto. Al rato escuchó un
zumbido: zum-zum-zum-zum... Era la mosca azul que, zumbando, zumbando, dio
vueltas alrededor del falso muerto, pensando que era un muerto verdadero, y
partió para comunicar su hallazgo a Urubú, que entonces habitaba en el cielo.
Urubú se acercó en seguida trayendo el fuego bajo las
alas. Llegó acompañado de toda la familia: de la mujer, de los hijos y de otros
urubúes, que eran sus amigos.
En aquel tiempo, Urubú era hombre; dicen que tenía
manos y todo. Por eso pudo preparar el moquem,
que es una especie de parrilla, hecha de varas, para asar y ahumar la carne y
el pescado.
Urubú preparó el moquem
y debajo puso el fuego. Sopló, sopló, y el fuego quedó rojo y ardiente; cuando
estuvo encendido, llamó a los hijos y les ordenó vigilarlo y cuidar que no se
apagase.
De repente, Baíra se movió. Los hijos de Urubú vieron
que el muerto se movía y salieron corriendo para avisar a su padre:
-¡Papá, el muerto no está muerto! ¡Se movió!
Urubú no creyó lo que le decían los hijos, y para que
no le molestaran más les dijo que fuesen a cazar las moscas azules con sus
flechitas. Los hijos de Urubú se distrajeron cazando las moscas azules y
dejaron de vigilar el fuego.
Cuando, debajo del moquem,
el fuego estuvo bien encendido, Baíra se levantó de repente y lo robó,
huyendo de inmediato lo más rápidamente que pudo. Urubú, al ver que el muerto
se levantaba y robaba el fuego, llamó a su gente y todos partieron en persecución
de Baíra. Este, al verse perseguido, se escondió en el hueco de un tronco, pero
Urubú y su banda se metieron también por el hueco del tronco detrás de Baíra,
quien para escapar salió por el otro lado y penetró en un maizal muy tupido que
había por allí cerca.
Urubú quiso penetrar también, pero no pudo; y de esa
manera Baíra logró atravesar el maizal y llegar a la orilla de un río ancho,
muy ancho. En la otra ribera estaba toda su gente, que era mucha; pero el río
era tan ancho, que Baíra no pudo cruzarlo. Quería entregar el fuego a su gente,
pero el río los separaba.
Llamó a la culebra
corredora[iii]
y le dijo: -Aquí está el fuego. Llévalo a mi gente, que está al otro lado del
río.
Puso el fuego en la espalda de la culebra corredora y
le mandó llevarlo a través del agua.
La corredora es una especie de culebra que corre muy
deprisa. Al oír la orden de Baíra partió a toda velocidad. Sin embargo, por más
que corrió no tuvo tiempo de llegar, y se quedó en medio del río.
Viendo que la culebra no conseguía llegar a la otra
orilla del río, Baíra tomó a un camarón y le puso el fuego en la espalda diciéndole
que lo llevase a su gente, que estaba esperando al otro lado del río. El camarón
llegó hasta el medio del río, y no pudiendo soportar el calor, quedó enrojecido
como es hasta hoy.
Con una vara con la punta en gancho, Baíra atrajo el
fuego hacia sí y lo puso en la espalda de un cangrejo diciéndose:
«Este sí va a llevar el fuego a mi gente.»
Pero el cangrejo no resistió al calor y se quedó
enrojecido, igual que el camarón.
Sin desanimarse, Baíra trajo de nuevo el fuego hacia
sí y lo puso en la espalda del ave saracura[iv].
La saracura le dijo:
-Yo llevaré el fuego a tu gente al otro lado del río.
Partió rápidamente, casi sin rozar el agua, aunque no
tuvo tiempo de llegar al otro lado del río, igual que la culebra, el camarón y
el cangrejo. Fue así como Baíra se acordó de Cururú, el sapo.
Cururú tomó el fuego y partió saltando a llevarlo a
los Parintintim, que esperaban al otro lado del río. Se aproximó bien, pero
estaba tan cansado que no conseguía salir del agua. Fue preciso que los indios
pegasen una rama con punta en forma de gancho para sacarlo del agua,
desfallecido de cansancio. Lo aproximaron a tierra y, por fin, llevaron el
fuego a la aldea.
En la ribera opuesta, Baíra imaginaba un modo de
cruzar las aguas. Como era un gran hechicero, estrechó el río grande hasta parecerse
a un riacho, y entonces dio un salto y llegó al otro lado, yendo al encuentro
de su gente.
Desde ese día, los Parintintim poseyeron el fuego y
pudieron asar peces y animales.
En cuanto a Cururú, se tornó hechicero por haber
llevado el fuego; por eso engulle las luciérnagas sin quemarse y le llaman
«ladrón del fuego».
0.020. anonimo (brasil) - 010
[i] Ave de rapiña de plumaje negro. Aliméntase exclusivamente de animales
muertos.
[ii] Tribu indígena del Amazonas,
que vivía cerca del río Madeira, gran afluente del Amazonas. De esa tribu
restan hoy unos doscientos individuos aislados, que trabajan en el caucho y en
la recolección de castañas.
[iii] Culebra muy ágil, que corre velozmente con la cabeza a unos sesenta
centímetros por encima del suelo.
[iv] Con este nombre llaman en el Brasil a esta ave de la familia de los
rallideos, que tiene las piernas rojo-escarlata. Son de temperamento alegre y
juguetonas.
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