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lunes, 3 de diciembre de 2012

El papagayo que hace «cra-cra»

Papagayo no era como es hoy. Era más bien un curumín, que significa «niño» en la lengua de los tupi-guaraníes.
Curumín acompañaba a su padre cuando iba de caza. Llevaba consigo, como todos los inditos, arco y flecha pequeñitos que le daba su padre.
A veces iba de pesca; pero como era chico, pescaba mandis, en tanto su padre pescaba dorados, pacúes y otros peces grandes.
Al regresar a la aldea, asaban en las brasas pescados y caza. Todos los indios de la tribu almorzaban contentísimos. Si escaseaba la comida, comían poco; si había abundancia, comían mucho; todo se repartía siempre por partes iguales.
Curumín, goloso como era, encontraba en cambio la manera de comer más que los otros.
Por eso se volvió papagayo. Sucedió así:
Había salido de caza con su padre, mientras su madre recogía frutas en el monte. La madre de Curumín iba siempre, con otras madres de la tribu, a recoger frutas monteses. Re­gresaban con las canastas repletas. Muchas veces, Curumín acompañaba a su madre en este trabajo. Aunque chiquito, trepaba a las palmeras para arrancar cachos de cocos. Para subir, ataba una liana a sus tobillos, dejando un espacio entre uno y otro como de quince a veinte centímetros, y pasaba una cuerda de lianas trenzadas en torno al tronco de la palmera sujetando las puntas con las manos. Apoyaba los pies en el tronco y daba un pe­queño salto con la cuerdecita, que lo alzaba hacia arriba. De ese modo subía y bajaba deslizándose despacio.
La madre de Curumín regresó contenta por haber hallado mangabas, frutas que los indios denominan bato-í. Al llegar a la ma­loca, las dejó asar sobre las brasas.
Curumín volvió de la cacería, adelantán­dose a su padre. Desde lejos se le hizo agua la boca al sentir el olor agradable de fruta asada.
Exageradamente goloso, sacó las frutas del fuego sin esperar a que su madre se las diese y empezó a comerlas deprisa una tras otra.
Mangaba es una fruta de pulpa viscosa, y más viscosa todavía si está asada. Al parecer, no se enfría nunca, y Curumín, goloso como era, a pesar de saber eso, terminó comiendo las mangabas calientes. Comió apurado, una tras otra. Tan apurado que no sintió la fruta quemarle la garganta. De repente no pudo seguir tragando. Quiso escupir la masa vis­cosa pegada al fondo de su garganta y no pudo. Hacía fuerza...
-Cra-cra-cra...
Estiraba el pescuezo:
-Cra-cra-cra...
Encogía el pescuezo:
-Cra-cra-cra...
De tanto encogerse y estirarse, el pescuezo de Curumín se fue haciendo grueso, grueso..., y la cabeza se fue quedando pequeña, pe­queña...
-Cra-cra-cra...
La boca de Curumín, apretada por el es­fuerzo de tanto escupir, se fue poniendo dura, dura... ¡Tis!..., y se convirtió en pico de ave, un pico encorvado.
-Cra-cra-cra...
De repente, puf, ¡qué susto! Curumín se pasó la mano por detrás. ¡Hum! ¡Una colita le había crecido, una colita de plumas verdes!
-Cra-cra-cra...
La pulpa no se despegaba de la garganta... Y ¡qué picazón!
Curumín se rascó todito, ¡de pies a cabeza! De repente, ¡oh!, se vio cubierto de plumas verdes. ¡Curumín era verde y con la cabeza amarilla!
-Cra-cra-cra...
Se sintió liviano..., liviano...; alzó los bra­zos y... ¡Sss!, ¡los brazos de Curumín se volvieron alas!
-Cra-cra-cra...
¡Curumín se convirtió en un papagayo!
-Cra-cra-cra...
El papagayo salió volando... ¡Qué bueno es volar!
Se fue a vivir en la copa de un árbol alto, alto, en el monte, y sus hijos ¡nacieron papa­gayos! Por eso da pena traerlo a la ciudad, para enseñarle a decir:
-¿Da la patita, lorito?
Si se quedara en el monte, tal vez pu­diera volverse Curumín de nuevo. ¿Quién sabe? Si Curumín se volvió papagayo, ¿no puede papagayo volverse Curumín?

0.020. anonimo (brasil) - 010

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