No hay constancia en las historias, ni datos en las
crónicas acerca de aquella mujer maravillosa; su nombre como mil detalles más
lo oculta el pasado y sólo se sabe el presente por la tradición, que esconde
la verdad, que modifica los hechos, pero que siempre encanta y siempre cautiva.
Cuenta, pues, la tradición que hace muchas centurias,
y en la poética ciudad de Cangas de Onís, vivía un rey con una hija joven y
bella; todos los nobles, prendados de su hermosura, disputaban su corazón. Pero
a nadie correspondía, a todos desdeñaba y de ahí que su padre, el rey, con
severidad y con cariño tratara de hacerle comprender la necesidad, por razones
de Estado y para tranquilidad suya, de un enlace digno de ella.
Empero, la princesa, decidida a casarse únicamente por
amor, desoía consejos y proposiciones; eso sí, asistía a los oficios, hacía
caridades, y todo aquel que imploraba su auxilio la tenía a su lado, en el
umbral de la choza, lo mismo que junto al lecho del moribundo. Mientras, el
monarca sentíase envejecer y cada vez más ansiaba sucesión para su trono.
Haciéndosele imposible la espera, un día ordenó el rey
que la trajeran a su presencia y, con acento severo, advirtióle:
-Tienes ocho días para elegir marido, si es que no
quieres exponerte a la suerte de un castigo.
-Breve me lo fiáis -contestó la joven; no me casaré
hasta tanto no me sienta firmemente enamorada.
Había transcurrido el tiempo prefijado y propúsose el
rey dar cumplimiento a su palabra. Sin expresarle sus propósitos, invitó a la
princesa a un paseo y la condujo hasta un paraje de Abamia, donde se abría una
cueva de la que el vulgo contaba cosas extraordinarias: decían unos que de allí
salían gemidos y suspiros; referían otros que su interior comunicaba con el
mismo infierno: no faltando quien asegurara que allí habitaba el misterioso
cuélebre.
Abandonó el rey su montura y con curiosidad fingida
acercóse a la puerta de la cueva; otro tanto hizo la princesa, momento que el
padre aprovechó para, mirándola muy fijamente, conjurarla con estas palabras:
«En esta cueva te meterás
y cuélebre le harás
y el que contigo quiera casar
tres besos en la lengua te tiene
que dar».
Y al instante la frágil y bella princesa se convirtió
en espantoso cuélebre que se deslizó pesadamente cueva adentro.
Cumplido el castigo, pesaroso, retornó el rey a
palacio. Pero no supo que en las proximidades de la cueva andaba un pastor,
mozo apuesto, que vio el encantamiento y oyó el conjuro. Armado de valor, penetró
en la cueva, cogió al cuélebre, sujetándole bien la cabeza, y le dio los tres
besos en la lengua. Al instante se rompió el conjuro y apareció la princesita,
radiante, serena y pletórica de hermosura.
Asegura la tradición que esta vez sí se enamoró la
princesa de su salvador, que se casaron y que fueron reyes felices [1].
Leyenda mitologica
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[1] Testimonios de Alfonso
González García, Angel Cuervo y Perfecto González; vide CABAL, C., La mitología asturiana, Oviedo 1983, pp.
327-328; CARDÍN SÁNCHEZ, H., La cueva de
los suspiros, en LVA, 17 de mayo de 1970: GARCÍA DE DIEGO, V., o.c, pp.
304-305. Este tipo de narraciones, tan frecuentes en Asturias, a primera vista,
podrían suponerse préstamo de la mitología clásica; pero al hallarse el tema en
países y zonas sin relación de cultura o con señales internas de ser
independiente, hayque considerarlo en ellos como autónomo por la identidad del
género humano o por la semejanza del clima mental. En Asturias hemos
localizado la leyenda en Gozón, Luarca, Oviedo. Llanes, C:aravia. llieres, etc.
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