Hay en la vida una encrucijada a donde concurren, de
modo insospechado, circunstancias vitales que marcan sendero en el devenir del
tiempo. La historia es testigo porque, como la leyenda, recoge hechos que
sufrieron la impronta de un acontecimiento que viene a trastocar de raíz la
fisonomía de un pueblo, de un grupo étnico o bien de una simple cosa.
Esto es lo que ocurrió en nuestro caso.
Hace muchos años habíanse propuesto los habitantes de
aquella parte de la parroquia de Ciaño, en el concejo de Langreo, construir una
ermita en honor de Nuestra Señora. Como lugar más propicio habían elegido el
llamado de la Armada.
Se afanaban, desde hacía pocos días, en el trabajo.
Saltaban las esquirlas de las rocas al golpe recio del martillo, diestramente
manejado por los vecinos. El viento traía el olor dulce de los pomares y alguna
que otra tonada aldeana. Todo era alegría en el rincón donde se construía la
capilla.
Pero aconteció lo inesperado. Cierta mañana, cuando
los operarios llegaron al lugar donde comenzaba a levantarse la capilla se
sintieron confusos por la sorpresa. La parte edificada y los materiales allí
acopiados habían desaparecido. Miráronse asombrados los devotos vecinos. En sus
rostros podían leerse todas las impresiones y sentimientos que el hecho les
producía. Mas su sorpresa no tuvo límites cuando comprobaron que el pan y el
queso que guardaban para su frugal almuerzo habíanse convertido en piedra.
Todavía estaban en esta contemplación, sin atreverse a
pronun-ciar palabra, meditando sobre los hechos, cuando de repente se vieron
deslumbrados por un rayo de luz, y la imagen de la Santísima Virgen
brotó como fogonazo resplandeciente de hermosura en el tronco de un carbayu
(roble) que se erguía en aquel mismo lugar.
Aterrados cayeron al suelo y de sus torpes mentes
brotó copiosa y sincera la plegaria.
Dio, entonces, comienzo la edificación de la nueva
ermita, situándola en el lugar que ocupa hoy; exactamente en el mismo que
tenía el carbayu en que se apareció la Virgen.
Las piedras que fueron un tiempo pan y queso, cual santas
reliquias, eran tocadas después por los devotos que allí acudían en busca de
remedio para sus dolencias. La campana de la ermita se convirtió en verdadero
valladar para temporales y nuberos,
si se tocaba al presentarse éstos.
Todos los años, desde aquella lejana fecha, se viene
celebrando, el 8 de septiembre, una afamada romería, a donde acuden inconta-bles
romeros de Langreo y de los concejos limítrofes. Así nos la rememora la lírica
popular:
«Tengo
subir al Carbayo
el día 8 de
septiembre,
y le
llevaré a la Virgen
un ramín de
caña verde»[1].
Leyenda religiosa
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[1] El mayor número de datos los
debemos a Cándido Fernández Riesgo (1890-1974), ilustre cronista oficial de
Langreo, con cuya amistad nos vimos honrados. Vide BELLMUNT, O., y CANELLA,
F., Asturias, T. III, Gijón 1897, pp.
121-122; F. RIESGO, C., El Santuario de
Nuestra Señora del Carbayo, Langreo, en BIDEA, núm. 37, Oviedo 1959, pp.
270-282; GONZÁLEZ SOLÍS, P., Memorias
Asturianas, Madrid 1890, p. 389; JUESAS LATORRE, A., Santuarios célebres. La
Virgen del Carbayo, en C, núm. 151, Covadonga 1928, pp.
458-460.
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