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jueves, 20 de diciembre de 2012

La virgen de la cueva

Hay viejas narraciones que nunca envejecen, porque siempre conservan un no sé qué de sencillo y original. Tal sucede con la leyenda de la Virgen de la Cueva: todos la saben más o menos adulterada; todos la refieren, y acerca de ella se han escrito libros, poesías y artículos literarios. Sin embargo, cada vez que la cuentan nuestros poetas o que la relatan nuestros escritores, el pueblo la recuerda con cu­riosidad y con deleite.
Disculpe, pues, el amable lector que, una vez más escri­bamos sobre asunto tan conocido; pero, repetimos, hay su­cesos antiguos que siempre son nuevos y que agradan al lectorío tanto como al buen tomador el vino añejo.
Hace muchos años, ¡pero muchos!, allá cuando no había conta-minación ni abundaba la rara especie de los políticos, cuando la gente era más devota, más rica y más feliz, hubo en Piloña un caballero, señor de la Torre de Lodeña, gentil, valiente y piadoso.
Una noche, en sueños, apareciósele la Santísima Virgen, manifes-tándole el deseo de que recibiese culto una imagen que ella misma había dado a un venerable ermitaño que, en rigores y penitencias, vivía por aquellos contornos.
Muy de mañana monta a caballo y con desmedido afán inicia la búsqueda. Cuando apenas terminaba el rezo del santo rosario, a orillas del río Mon, término de la feligresía de Santa Eulalia de Qués, se vio sorprendido por una finísi­ma luz que salía de la oquedad de una quebrada peña; apartando jaras, espinos y rosales silvestres, penetra en la gruta y topa con la imagen; a su lado, postrado de hinojos, ataviado con tosco sayal, un hombre demacrado por fiebres, penitencias y soledades. Creyó el buen hidalgo reconocer la fisonomía del extenuado penitente; pronto se agolparon en su mente recuerdos de un noble guerrero, generoso y valiente, a quien en lejanos días había visto pelear bizarramente.
Tratábase, en efecto, de un caballero portugués que ha­bía luchado bajo los pendones de Castilla, al lado de un conde zamorano, cuya hija era su prometida. Al terminar la contienda, volvieron ambos al castillo que en tierras de Za­mora tenía el futuro suegro. Al acercarse a los territorios de la señorial morada los dos se sorprendieron de que en la torre del homenaje no flotara al aire la bandera condal. To­do el castillo parecía envuelto en una nube de tristeza.
Pronto supieron razones: la bella hija del conde luchaba, en aquella sombría hora, a muerte con la vida. Cuando hu­bo triunfado la muerte, cuando los despojos mortales de la infortunada joven encontraron, por fin, descanso bajo las losas de la capilla del castillo, sin despedirse de nadie, sin la fiel compañía de sus escuderos, salió de la condal casa el noble lusitano.
Después de muy largo y penoso peregrinaje, vino a parar a aquella cueva, donde tuvo el consuelo de la misma divina aparición que su compañero de armas.
Había llegado, pues, el castellano de Lodeña cuando el anacoreta estaba a punto de morir y la imagen iba a que­darse abandonada. Así que recibió el último suspiro del an­tiguo luchador; con virtuoso entusiasmo continuó el culto y propagó la devoción a la Madre de Dios.
Persiste hoy ese culto y esa devoción. Acaso con más fuerza y con redoblado calor; acaso, como para querer dar respuesta al interrogante de la musa popular:

«Virgen Santa de la Cueva,
¿cómo no mueres de frío,
debajo de ese peñón,
a la orilla del río?»

Otra leyenda hace referencia al retiro piadoso que para su consuelo topó un caballero desdeñado por su dama. No falta quien asocie este hecho al momento en que nació aquella otra bella tradición que dio escudo a Piloña y que pinta a don Pelayo vadeando el río por Pialla [1].

Leyenda religiosa

0.100.3 anonimo (asturias) - 010



[1] BARÓN, M. En la Cueva de Qués, en C, núm. 55, Covadonga 1924, pp. 152-154 BELLMUNT. O., y CANELLA, F., o.c. T. I, Gijón 1895, pp. 365-369: ESCALERA. E., Crónica del Principado de Asturias, Madrid 1865, p. 121; FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, F., La virgen en el Principado de Asturias, Oviedo 1982, pp. 157-158: GONZÁLEZ SOLIS. P.. Memorias Asturianas, Madrid 1890. pp. 391 y 552: LLANO ROZA DE AMPUDIA, A., Bellezas de Asturias. Oviedo 1928, p. 306; RODRÍGUEZ SA­LAS, M., El caballero eremita o la virgen del Sautuario de la Cueva, La Coruña 1969.

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