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viernes, 24 de agosto de 2012

Copahue y el hada de la nieve

Hubo entre los mapuches un cacique llamado Copahue, que vivían en el norte de Neuquén, no muy querido por los vecinos de la zona por su exagerada ambición y por ser un guerrero valiente. Participó en muchas batallas de las que salió victorioso, lo que causaba mucho miedo a cualquiera de las tribus de la zona cuando los centinelas anunciaban su presencia en la cordillera. Dicen que a pesar de las tantas guerras, su combate más terrible lo encontró solo y lo llevó a cabo por amor.
Un atardecer, cuando regresaba de Chile con sus hombres, el viento que ya los venía acompañando comenzó a soplar con más fuerzas justo en el lugar más escarpado del paso a través de la cordillera. Tanto sopló que se convirtió en huracán: primero levantó un poco de polvo, pero continuó arrancando plantas de raíz y enormes piedras que se desmoronaban cuesta abajo. El grupo se desorganizó, cada hombre andaba como podía, tapándose la cara, que el viento lastimaba con dureza. Caminaban casi a ciegas por el tortuoso paraje y sus perros no ayudaban mucho, se detenían buscando refugio y como no lo encontraban, aullaban enredándose entre las piernas de sus amos. Minutos después, un derrumbe terminó de dispersarlos.
Ya era casi de noche cuando el temporal amainó. Copahue, herido por las piedras que habían volado intentaba orientarse solo en medio de la semipenumbra de! crepúsculo. A lo lejos, vislumbró una pequeña luz que se fue acercando y con suma felicidad comprobó que aquella salía de un toldo: alguien se calentaba cerca del fuego. El último tramo hasta ese lugar era en subida, le costó mucho llegar.. Cuando por fin levantó el cuero de la entrada, quedó fascinado: sentada ante la hoguera, una mujer bellísima lo miraba sin sorpresa, con ojos cautivantes.
Como si lo conociera desde siempre, lo llamó por su nombre y lo invitó a compartir el calor de la fogata. Se llamaba Pirepillan.
La extraña mujer curó al cacique, lo alimentó con miel de shiumen y después, mientras Copahue terminaba su muschay, le predijo:
‑Serás él más poderoso de los mapuches, pero ese poder te costara la vida.
Con esas palabras Pirepillan despidió al cacique.
Copahue caminó confundido, algo había pasado en ese encuentro. Tiempo después supo que se había enamorado de la bija de la montaña, el hada de la nieve.

Copahue fue el cacique más rico y poderoso. Entre negocios y guerras se convirtió en el señor de todos los mapuches. Comenzó a ser leyenda de coraje y hubo quienes lo creían invencible, y por pura admiración y miedo, se pasaban a su ejército.
Después del fragor de cada batalla, cuando Copahue se relajaba, extrañaba a Pirepillan: nunca había conocido a una mujer como ella, y eso que había querido a muchas. El recuerdo del hada nunca se disolvía, a veces más presente, a veces escondido, pero estaba siempre allí. Caminaba tranquilo hacia la montaña y trataba de descubrir aquel resplandor que le diera la posibilidad de volver a ver a Pirepillan.
Un mapuche del norte trajo la noticia de que el hada de la nieve estaba atrapada en la cumbre del volcán Domuyo, se comentaba que un tigre feroz y un monstruoso cóndor de dos cabezas no dejaban que nadie se le acercara. Copahue escuchó al informante casi sin poder contener su alegría, al fin tenía noticias de ella. Su felicidad no se empañó por saberla en peligro, no dudaba de su poder para salvarla. Preparó la expedición y se dispuso a marchar hacia el Noroeste: debía bordear la Cordillera del Viento, y escalar la gran montaña.
Los machis (hechiceros de la tribu) desaprobaron la partida porque consideraban que era obra de un encantamiento, y para contrarrestarlo resultaba necesario un talismán especial, más valioso que el oro, más fuerte que el poder y, por supuesto, no estaba en posesión de los machis. Pero Copahue ya estaba decidido, él era un gran cacique: ¿cómo no iba a vencer a un tigre y a un cóndor si tantas veces había lanzado su grito de guerra desde las cumbres y bajado las laderas arrasando enemigos? Se sentía capaz de pelear con la misma Kai‑Kai‑Filu si fuera necesario. No podía retroceder ante la posibilidad de abrazar a Pirepillan y bajar con ella la montaña después de vencer a sus crueles guardianes.
Sus fieles hombres lo acompañaron hasta el pie del Domuyo. Desde allí comenzó a subir solo, primero por las sendas y después, cada vez más alto, por los más peligrosos peldaños de la ladera rocosa. Casi no encontraba de qué asirse, solo puntas filosas y rocas traicioneras. Varias veces estuvo a punto de caerse arrastrado por un viento que lo envolvía y ensordecía con su silbido penetrante. También hubo derrumbes que logró vencer, aferrándose como podía a las rocas cubiertas de hielo. Entonces les dio la razón a sus consejeros: ¿sería una empresa imposible?, ¿moriría en el intento de reencontrarse con su amor? Se sintió, por primera vez en su vida, vencido, solo y desesperado... Lo único que se le cruzó por la mente fue rogarle a Nguenechen que le diera la oportunidad de pelear por lo único que quería ya, a cambio de todo lo que hasta ese momento había conquistado. No había dicho aún las últimas palabras de su ruego cuando vio el soñado resplandor brotando de una grieta. Copahue avanzó una vez más, dispuesto a todo. No vio Pirepillan porque un gran puma colorado, furioso, se abalanzó sobre él. Pero el cacique fue más rápido y con un preciso golpe de su lanza hizo trastabillar al animal, que cayó montaña abajo. Entonces sí, se dirigió hacia la gruta y allí estaba el hada de la nieve, tan hermosa y sabia como la había visto aquella vez.
Obnubilado por su belleza no llegó a ver al cóndor guardián que arremetió contra ellos con sus dos picos y su fiera mirada de cuatro ojos. Otra vez Copahue dio cuenta de su destreza: levantó su pequeño cuchillo y con dos perfectas maniobras decapitó a la diabólica ave.
Por fin, Copahue y Pirepillan, pudieron abrazarse y, como lo había imaginado el bravo cacique, comenzaron a bajar juntos el volcán.
Pirepillan, sabiamente, guió a su salvador por una pendiente accesible. A medida que bajaban Copahue quedó anonadado al darse cuenta del camino que habían tomado: sus pies se deslizaban sobre un piso de oro: era el famoso tesoro del Domuyo.
Una chispa de codicia pasó por sus ojos y se agachó a recoger unas pepitas que estaban sueltas.
Pero inmediatamente escuchó el reto de su amada: "¿Subiste hasta acá por mí o por el oro? El tesoro no es de los hombres, es y será de la montaña". Copahue sabía que la razón estaba del lado de Pirepillan, así que continuó su camino con ella, feliz.
El cacique presentó su prometida al pueblo y, desde entonces, vivieron muchos años como marido y mujer. Pero la gente de Copahue nunca pudo querer al hada de la montana porque ella lo había alejado de los suyos, y logrado que él perdiera sus ánimos como guerrero, lo había envuelto en un amor blando Y pegajoso.
Un día, sus vecinos de Chillimapu los derrotaron y mataron a Copahue en una batalla. Entonces, el odio contra Pirepillan que ocultaban por respeto a su jefe, se desató.
Una noche decidieron ir a buscarla a su toldo, siempre rodeado de esa extraña luz. La arrastraron fuera del refugio mientras le pegaban y la insultaban. En silencio y por acuerdo mutuo fue condenada a morir. Pirepillan, desesperada, miraba con horror las lanzas que pronto la matarían. Llamó con todas sus fuerzas al hombre amado:
‑¡Copaaahuece! ¡Copaaahuece!
El alarido enardeció más a los mapuches, que con toda su furia arremetieron contra ella y la hirieron mortalmente. Pero al brotar su sangre, vieron que era transparente: el hada de la nieve.
Desde ese momento, allí, al pie de la montaña, donde cayó su cuerpo inerte, siguio corriendo para siempre su sangre que no es otra que el agua sanadora que cura a los enfermos.

059. anonimo (mapuche)

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