Hacía
mucho tiempo que la lluvia no regaba la tierra. El calor era tan fuerte y estaba toda tan
seco que las flores se marchitaban, la hierba se veía seca y amarillenta y
hasta los árboles más grandes y fuertes se estaban muriendo. El agua de los
arroyos y los ríos se había secado, pozos estaban yermos y las fuentes cesaron
de manar. Las vacas, los perros, los caballos, los pajaros y la gente se morían
de sed. Todo el mundo estaba preocupado y deprimido.
Había
una niñita cuya madre cayó gravamente enferma.
-¡Oh!
-dijo la niña-, estoy segura de que mi madre se pondría buena de nuevo si
pudiera lleverle un poca de agua. Tengo que encontrarla. Así que cogío un
pequeño cucharón y salío en busca de agua.
Andando,
andando, encontró un manantial diminuto en la lejana ladera de la montaña. Estaba
casi seco. Las gotas de agua caían muy lentamente de debajo de la roca. La niña sostuvo el
cucharón con cuidado para recoger aquellas gotitas. Al cabo de mucho, mucho
tiempo, acabó de llenarse.
Entonces
la niña emprendío el regreso asiendo el cazo con muchísimo cuidado porque no
quería derramar ni una gota.
Por
el camino se cruzó con un pobre perrito que aduras penas podía arrastrarse. El
animal jadeaba y sacaba la lengua fuera de tan seca que la tenia.
-Oh,
pobre perrito -dijo la niña, qué sediento estás.
No
puedo irme sin ofrecerte unas gotas de agua. Aunque te dé un poco, todavía
quedará bastante para mi madre.
Así
que la niña derramó un poco de agua en la palma de su mano y se la ofrecío al
perrito. Éste la lamio con avidez y se sintió mucho mejor.
El
animal se puso a brincar y a ladrar, talmente como si dijera:
-Gracias,
niña!
Ella
no se dio cuenta, pero el cucharón de latón ahora era de plata y entaba tan
lleno como antes. Se acordó de su madre y siguío su camino tan rápido como
pudo. Cuando llegó a casa casi había oscurecido.
La
niña abrío la puerta y se dirigío rápidamente a la habitación de su madre. Al
entrar, la vieja sirvienta que había trabajado durante todo el día cuidando a
la enferma se acercó a ella. La criada estaba tan cansada y sedienta que apenas
pudo hablar a la niña.
-Dale
un poca de agua -dijo su madre. Ha trabajado duro todo el día y la necesita
más que yo. La niña acercó el cazo a los labios de la sirvienta y ésta bebió un
poco; en seguida se sintió mejor y más fuerte, se acercó a la enferma, y la
ayudó a enderezarse.
La
niña no se percató que el cucharón era ahora de oro y que estaba tan lleno como
al principio. La pequeña acercó el cazo a los labios de su madre y ésta bebió y
bebió.
¡Se
encontró tan bien! cuando terminó, aún quedaba un poco de agua en el fondo.
La
niña iba a llevárselo a los labios cuando alguien llamó a la puerta. La sirvienta
fue a abrir a apareció un forastero. Estaba pálido y cubierto de polvo por el
largo viaje.
-Estoy
sediento -dijo. Podrias darme un poca de agua?
La
niña contestó:
-Claro
que sí, estoy segura de que usted la necesita mucho más que yo. Bébasela toda.
El
forastero sonrió y tomó el cucharón. Al hacerló, éste se convirtio en un
cucharón hecho de diamantes. El forastero dio la vuelta al cazo y el agua se
derramó por el suelo.
Y
allí donde cayó, brotó una fuente. EL agua fresca fluía a borbotones en
cantidad suficiente como para que la gente y los animales de toda la comarca
bebieran tanta como les apeteciera. Distraídos con el agua se olvidaron del
forastero, pero, cuando lo buscaron, éste había desaparecido. Creyeron verlo
desvanecerse en el cielo, y, en efecto, allá en lo alto del firmamento
destellaba algo parecido a un cucharón de diamantes.
Allí
sigue brillando todavía para recordar a la gente a esa niña amable y generosa. Es la constelación
que conocemos por la Osa
Mayor.
039. anonimo (inglaterra)
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