Translate

lunes, 29 de diciembre de 2014

Despues de dios, quiros" (1640)

1


Donde se prueba, con la autoridad de la historia, que un rico de hoy es pobre de solemnidad al lado de nuestro protagonista

Por los años de 1640 llegó a la villa imperial de Potosí el maestre de campo don Antonio López Quirós, castellano a las derechas, católico rancio, bravo, gene­roso roso y entendido. La fortuna tomó a capricho ampararlo en todas sus empresas; v minas como las de Cotamito, Amolodera y Candelaria, abandonadas por sus primitivos dueños como pobrísimas de metales, se de­clararon en hoya apenas pasaron a ser propiedad del maestre. En Oruro, Aulagas y Puno adquirió también minas que, en riqueza y abundancia de metales, podían competir con las de Potosí.
Tres mil llamas, al cuidado de un centenar de indios, tenía constantemente ocupadas en trasportar desde Arica hasta Potosí los azogues de Almadén y Huan­cavelica. No osando nadie hacerle competencia, puede decirse que, sin necesidad de real privilegio, nuestro castellano tenía monopelizado artículo tan precioso pa­ra beneficio de los metales.
En sus minas, haciendas e ingenios empleaba sesenta mayor-domos o administradores, con sueldos de cien pesos a la semana, y daba ocupación y buen salario a poco más de cuatro mil indios.
Para dar una idea de la (que si uniformemente no la testificaran muchos historiadores, tendríamos por fa­bulosa) fortuna de Quirós, nos bastará referir que en 1668, a poco de llegado a Lima el virrey conde de Le­mos, propúsose nuestro minero hacerle una visita, y salió de Potosí trayendo valiosísimos obsequios para su excelencia.
El conde de Lemos, a pesar de su beatitud, y de ayu­dar a misa y de tocar el órgano en la iglesia de los Desamparados, era gran amigo del fausto, y se trataba a cuerpo de rey. Pensaba mucho en el esplendor de las procesiones y fiestas religiosas y en la salvación de su alma; pero esto no embarazaba para que se ocupase también de las comodidades y regalo del cuerpo.
Conversando un día con Quirós el mavordomo del virrey, dijo éste que su señor era todo ló que había que ser de ostentoso y manirroto.
-Supóngase vuesa merced -decía el fámulo- si el señor conde será rumboso, cuando me da quinientos pesos semanales para los gastos caseros.
-¡Gran puñado de moscas! -exclamó el maestre. Quinientos pesos gasto yo a la semana en velas de sebo para mis ingenios y hacien-das.
Y no hay que creerlo chilindrina, lectores míos. Así era la veidad.
Para poner punto al relato de las riquezas de Quirós, transcribiremos estas líneas, escritas por un su contem­poráneo: "Gastó en la infructuosa conquista del gran Paititi más de dos millones de plata; y a este modo tuvo desagües con su gran riqueza, la cual era en tanta su­ma que ignoraba el número de millones que tenía. Desocupado en cierta ocasión un cuarto, hallaron los criados, en un rincón, una partida de dos mil marcos en piñas que no supo cuándo las había puesto allí. Los quintos que dio a su majestad pasaron de quince mi­llones, que es cosa que espanta; y esto se sabe por los libros reales, por donde se puede considerar qué suma de millones tendría de caudal".
Francamente, lectores, ¿no se les hace a ustedes la boca agua?
Convengamos en que su merced no era ningún po­bre de hacha, nombre que se daba en Lima a los infe­lices que, por pequeña pitanza, concurrían, cirio en mano, al entierro de personas principales y hacían coro al gimotear de las plañideras o lloronas.

 2

Que trata de un milagro que le colgaron al apóstol santiago, patrón de potosi

Residía en la imperial villa un honradísimo mestizo, cuya fortuna toda consistía en veinte mulas, con las que se ocupaba en trans-portar metales y mercaderías. Como se sabe, en el frigidísimo Potosí escasea el pasto para las bestias, y nuestro hombre acostumbraba enviar por la tarde sus veinte mulas a Cantumarca, pueblecito próximo, donde la tierra produce un gramalote que sirve de alimento a los rumiantes.
Una mañana levantóse el arriero con el alba v fue a Cantumarca en busca de sus animales; pero no en­contró ni huellas. Echóse a tomar lenguas y sacó en limpio la consoladora certidumbre de que su hacienda había pasado a otro dueño.
Afligidísimo regresó el arruinado arriero a Potosí, y pasando por la iglesia de San Lorenzo sintió en su espí­ritu la necesidad de buscar consuelo en la oración. Tan cierto es que los hombres, aun los más descreídos, nos acordamos de Dios y elevamos a él preces fervoro­sas cuando una desventura, grande o pequeña, nos ha­ce probar su acíbar.
El mestizo, después de rezar y pedir al apóstol San­tiago que hiciese en su obsequio un milagríta de esos que el santo, a quien tantos atribuían, hacía entonces por debajo de la pierna, levantóse v se dispuso a salir del templo. Al pasar junto al cepillo de las ánimas me­tió mano al bolsillo y sacó un peso macuquino, único caudal que le quedaba; pero al ir a depositar su ofren­da ocurrióle más piadoso pensamiento.
«¡No! Mejor será que mí última blanca se la dé de limosna al primer pobre que encuentre en las gradas de San Lorenzo. Perdonen las ánimas benditas, que sus mercedes no necesitan pan."
Las gradas de San Lorenzo en Potosí, como las gra­das de la catedral de Lima, desde Pizarro hasta el pa­sado siglo, eran el sitio donde de preferencia afluían los mendigos, los galanes y demás gente desocupada. Las gradas eran el mentidero público y la sastrería donde se cortaban sayos, se zurcían voluntades y se deshil-vanaban honras.
Aquella mañana el sol tenía pereza para dorar los tejados de la villa, y entre si salgo o no salgo andábase remolón y rebujado entre nubes. Las gradas de San Lorenzo estaban desiertas, y solo se paseaba en ellas un viejecito enclenque, envuelto en una capa, vieja como él, pero sin mancha ni remiendos, y cubierta la cabeza con el tradicional sombrero de vicuña.
Nuestro arriero pensó: "¡Cuánta será la gazuza de ese pobre cuando, con el frío que hace, ha madrugado en busca de un alma caritativa!"
Y acercándose al viejecito le puso en la mano el macuquino, diciéndole:
-Tome, hermano, y remédiese, y en sus oraciones pídale al santo patrón que me haga un milagro.
-Dios se lo pague, hermano -contestó sonriéndose el mendigo, y cuente que si el milagro es hacedero se lo hará Santiago, y con creces, en premio de su caridad y de su fe.
-Dios lo oiga, hermano -murmuró el arriero, y atra­vesando la plaza siguió calle adelante.
Tres días pasaron. v notorio era ya en Potosí que unos pícaros ladrones habían dejado mano sobre mano a un infeliz arriero. En cuanto a éste, cansado de pes­quisas y de entenderse con el corregidor, y el alcalde, y los alguaciles, comenzaba a desesperar de que San­tiago se tomase la molestia de hacer por él un milagro, cuando en la mañana del cuarto día se le acercó un mestizo y le dijo:
-Véngase conmigo, compadre, que su merced don Antonio López Quirós lo necesita.
El arriero no conocía al maestre de campo más que por la fama de su caudal y por sus buenas acciones y larguezas; así es que, sorprendido del llamamiento, dijo:
-¿Y qué querrá conmigo ese señor? Si es asunto de transportar metales, excusado es que lo vea.
-Véngase conmigo, compadre, y déjese de imagina­ciones, que lo que fuere ya se lo dirá don Antonio. Despabílese, amigo, que al raposo durmiente no le amanece la gallina en el vientre.
Llegado el arriero a casa de Quirós, encontró en la sala al mendigo de las gradas de San Lorenzo, quien la abrazó afectuosamente, y le dijo:
-Hermano, tanto he pedido a Santiago apóstol, que ha hecho el milagro y con usura. Vuélvase a su casa y hallará en el corral, no veinte, sino cuarenta mulas de Tucumán. ¡Ea! A trabajar... y cons-tancia, que Dios ayuda a los buenos.
Y esquivándose a las manifestaciones de gratitud del arriero, dio un portazo v se encerró en su cuarto.
Aquel viejecito era Quirós.
“Vestía habitualmente en Potosí -dice un cronista­- calzón y zamarra de bayeta, capa de paño burdo y tos­cos zapatos, no diferen-ciándose su traje del de los pobres y trabajadores."

 3

¿Dios te la depare buena!

Asegura Bartolomé Martínez Vela, en sus Anales, que el maestre de campo López Quirós pretendió me­recer de su majestad el título de conde de Incahuasi, y que su pretensión fue cortésmente desechada por el rey. Paréceme que si entre ceja y ceja se le hubiera metido al archimillonario obtener, no digo un simple pergamino de conde, sino un bajalato de tres colas, de fijo que se habría salido con el empeño. ¡Bonito era Carlos II para hacer ascos a la plata! Bajo su reinado se vendieron en América, por veinte mil duretes, más de treinta títulos de condes y marqueses. Precisamente en solo el Perú creó los marquesados de Monterrico, Valleumbroso, Zeledá de la Fuente, Otero v Villa­blanca, y los condados de Villafuertes, Castillejo, Cor­pa, Concha, Vega del Ren, Cartago, Montemar, Sierra­bella, Lurigancho, Villahermosa, Moscoso y Sotoflori­do. Quede, pues, sentado, que si nuestro minero no llegó a calzarse un título de Castilla fue... porque no le dio su regalada gana de pensar en candideces.
A propósito del apellido Quirós, recordamos haber leído en un genealogista que el primero que lo llevó fue un soldado griego llamado Constantino, el cual, en una batalla contra los moros, allá por los años de 846, viendo en peligro de caer del caballo al rey don Ra­miro, voló en su socorro, gritando: Is Kirós!, is Kirós! (¡Tente firme!, ¡no te rindas!) y ayudando al rey a levantarse diole sus armas y caballo. El monarca quiso que en memoria de la hazaña tomase el apellido de Quirós; dándole por divisa escudo de plata y dos llaves de azur en aspas, anguladas de cuatro rosas y cuatro flores de lis, un cordón de orla, y en una bordura este mote: Después de Dios, la casa de Quirós. El solar de la familia se fundó en el castillo de Alba, en Astu­rias, después del matrimonio de Constantino con una hija de Bernardo del Carpio. Cuando la conquista de Granada, hubo un Quirós tan principal y valeroso que los Reyes Católicos lo llamaban el rey chiquito de Asturias.
Refiérense de Quirós, el de Potosí, excentricidades que hacen el más cumplido elogio de su carácter y per­sana. Apuntaremos algunas:
Cuando le denunciaban robos de gruesas sumas que le hacían sus mayordomos, don Antonio se confor­maba con destituir al ladrón y daba su plaza al denun­ciante, diciendo: "No menear el arroz aunque se pegue. Veamos si éste ha obrado por envidia o por lealtad".
En una ocasión le avisaron que uno de sus adminis­tradores había ocultado piñas de plata por valor de seis mil pesos. Reconvenido por Quirós, contestó el infiel dependiente que había robado por dar dote a una hija casadera.
-La franqueza y el propósito te salvan, que quien no cae no se levanta -le dijo el patrón. Llévate los seis mil, y que tu hija se conforme con esa dote, que no todas las muchachas bonitas nacen hijas de empe­radores o de Antonio López de Quirós.
Y en verdad que las dos hijas de nuestro personaje, al casarse con dos caballeros del hábito de Santiago, llevaron una dote que abriría el apetito al mismo autó­crata de todas las Rusias.
Presentóse un joven, sobrino de un título de Casti­lla, pidiéndole protección. Quirós le dijo que la ocio­sidad era mala senda, y que lo habilitaría con cinco mil pesos para que trabajase en el comercio. El hidal­güelo sin blanca se dio por agraviado, y contestó que él no envilecería sus pergaminos viviendo como un hortera plebeyo tras de un mostrador. Nuestro minero le volvió la espalda, murmurando: -Si tan caballero, ¿por qué tan pobre? Y si tan pobre, ¿por qué tan ca­ballero?
En su manera de practicar la caridad había también mucho de original.
Durante los días de Semana Santa acostumbraba Quirós sentarse por dos horas en el salón de su casa, rodeado de sacos de plata y teniendo en la mano una copa de metal, la cual metía en uno de los sacos y la cantidad que en ella cupiera la daba de limosna a cada pobre vergonzante que se le acercaba en esos días. Su­pongo que aquella casa estaría más concurrida que el jubileo magno.
Con personas de otro carácter que iban donde él a solicitar un donativo, empleaba un curioso expediente. En un cuarto tenía multitud de cajones clavados en la pared. Las dimensiones de ellos eran iguales, y en cada uno podía encerrarse holgadamente un talego de a mil. Quirós ponía en algunos toda esta suma, y en los demás la iba proporcionalmente disminuyendo has­ta llegar a un peso. Todos los cajones estaban nume­rados; y cuando don Antonio tenía que habérselas con uno de los llamados hoy pobres de levita, y que enton­ces se llamarían pobres de capa larga, conducíalo al cuarto, diciéndole:
-Escoja vuesa merced un número, y... ¡que Dios se lo depare bueno!

 4

Entre col y col...

Entre los manuscritos de la Biblioteca de Lima exis­te un libro, de autor anónimo, que creemos escrito en 1790. Titúlase Viaje al globo de la luna, y uno de sus capítulos está consagrado a hablar extensa-mente de las riquezas de Potosí y el Titicaca. Dice que desprendido en 1681 un crestón del Illimaní, se sacó de él tanto oro, que se vendía como el trigo o el maíz, y que en tiempo del virrey marqués de Castelfuerte se compró por su orden una pepita que pesaba cuarenta y cuatro libras.
Hablando de las minas de plata, cuenta el mismo autor anónimo que un minero de San Antonio de Esquilache, asiento de Chucuito, al retirarse del tra­bajo, arrendó su mina por mil cuarenta pesos diarios; que en la mina de Huacullani la libra de metal solo tenía cuatro onzas de tierra, siendo plata lo restante, y que allí se encontró la célebre mesa de plata maciza a cuyo alrededor podían comer diez hombres holga­damente.
Leemos en ese libro que un soldado, no creyendo bien premiados sus servicios por el presidente La Gas­ca, se dirigió a Carangas, donde, en un arranque de cólera, dio un puntapié sobre un crestoncillo, descu­briendo una veta tan rica que hizo en breve poderosos a cuantos la trabajaron. Ésa fue la conocida con el nombre de Mina de los Pobres.
Refiere el autor que una mina llamada la Hedionda producía cerca de dos mil marcos por cajón, pero que no puede explotarse por ser mortíferas sus emanacio­nes.
Larguísimo extracto podríamos hacer de las curiosas noticias que contiene este interesante manuscrito. Para satisfacer al lector bastará que hagamos un sumario de las materias de que trata cada capítulo de la obra.
En el capítulo I se ocupa el autor en discurrir sobre la posibilidad de la navegación aérea, y por incidencia consagra tres páginas a Santiago de Cárdenas el Vola­dor, limeño, que en la época del virrey Amat escribió un libro describiendo un aparato para viajar por los aires.
El capítulo II contiene una importantísima diserta­ción sobre la coca, su cultivo y propiedades, y un es­tudio, también muy notable, sobre la despoblación de España y población de las Indias.
Los capítulos III y IV están consagrados a noticias sobre los sistemas para beneficiar metales, datos sobre las minas de azogue de Huancavelica, descripción del lago Titicaca, opinión sobre su desagüe, posibilidad de una inundación espantosa, y pormenores sobre las mi­nas de Puno y Potosí.
Los dos últimos capítulos son de importancia pura­mente científica o literaría. Expone el autor sus teorías sobre las mareas, desviaciones de la aguja, vientos, etc., y diserta largamente sobre el teatro y la poesía dra­matica.
Como se ve por este sumario, el manuscrito del au­tor anónimo, que fue un español que residió muchos años en el Perú, merece ser leído y consultado.
Discúlpensenos estos párrafos que poca concomitan­cia tienen con la tradición, y concluyamos con López Quirós.

 5

Donde concluimos copiando un parrafo de un historiador

"Fue este caballero muy humilde, su conversación muy decente, extrema su religiosidad y devoción, su conciencia muy ajustada. Lo que encargaba más a sus administradores era que a los indios les satisfaciesen con puntualidad su trabajo, y que en ninguna forma especulasen con ellos; porque de no tratarlos bien y medrar avariciosamente con su sudor, podría Dios cas­tigarle quitándole lo que con tanta profusión le había dado. Finalmente, llegó a tener tanta edad (ciento nueve años) que era necesario sustentarle con leche de los pechos de las mujeres, dándole de mamar. Pasó de esta vida al descanso de la eterna por el mes de abril del año 1699. Fue muy llorado de los pobres, que, atentos a su ejemplar caridad y virtudes, decían: Después de Dios, Quirós, estribillo que nunca morirá en Potosí, porque mejor que en láminas y bronces está grabado en los corazones."

0.072.3 anonimo (peru) - 056

No hay comentarios:

Publicar un comentario