Había una vez un terrorífico dragón al que le
fascinaba raptar doncellas para luego devorarlas. La gente le había dado el
nombre de Doudou y le temían como a la maldad misma, pues muchos caballeros
habían procurado vencerlo y habían muerto en el intento.
El horrible dragón Doudou aterrorizaba a la población
tanto de la región de Mons como de Wasmes y nadie se encontraba a salvo.
Algunos decían que la maléfica criatura parecía
mimetizarse con el ambiente y que, por lo tanto, era imposible de ser vista,
hasta que caía con todo el peso de su cuerpo sobre la pobre doncella que había
elegido como víctima y ahí mismo la apresaba en su gigantesca boca poblada de
filosos dientes y se la llevaba a su madriguera secreta para luego devorarla.
La angustia y el terror se habían apoderado de los
corazones de todas aquellas gentes. Pero un día tuvieron una esperanza de
alivio con la llegada y las palabras de un noble caballero investiclo en
armadura de combate. Su nombre era Gilles de Chin.
El hombre se detuvo en el centro de la plaza pública y
en voz alta y firme anunció que acabaría con la horrenda bestia. De inmediato,
partió al galope en su caballo, ante el admirado asombro de todos los
presentes.
Gilles de Chin buscó a la inmunda criatura por muchos
días, hasta que por fin descubrió su madriguera, penetró y avanzó sin hacer
ruido. Dio apenas unos pasos y la vio. Allí estaba el terror del pueblo
destrozando el cadáver de quien había sido, a todas luces, una hermosa muchacha.
¡Le estaba arrancando las entrañas!
El audaz caballero no perdió tiempo y desenfundando su
espada se lanzó contra el monstruo y consiguió herirlo.
El dragón, sorprendido, abandonó el cadáver y
retrocedió todo lo que pudo, mientras daba terribles dentelladas a su agresor,
que lo esquivaba con enérgica habilidad.
El filo de la espada, al principio, parecía no dañar a
la bestia, puesto que estaba protegida por una coraza natural de escamas
endurecidas, pero el atacante no cejaba en su intento y descargaba su arma una
y otra vez, hasta que comenzó a dañar a la bestia haciéndola sangrar por
numerosas heridas.
El dragón aulló con un sonido estremecedor y
finalmente murió. Pero semejante guerrero no iba a abandonar tan rápidamente
el cuerpo de enemigo tan colosal y siguió golpeándolo hasta que lo descuartizó
por completo.
Una vez terminada su hazaña, cortó la cabeza del
dragón de un solo tajo de su espada y regresó al pueblo con ella. En el centro
de la plaza pública Gilles de Chin la exhibió como señal de que su dueño, que
había aterrorizado a todos los habitantes de esas tierras, acababa de morir, y
como trofeo de su propio anuncio cumplido.
Aún hoy se
conserva la cabeza de dicho dragón (aunque algunos refutadores de leyendas
dicen que se trata de la cabeza de un cocodrilo de grandes proporciones) en un
sitio de honor en la ciudad de Mons.[1]
0.161.3 anonimo (belgica) - 016
[1] También hay que destacar que
esta leyenda tiene tanta trascendencia que, cada año, se celebra en Mons una
fiesta que recibe el nombre de Lumecon, en la que se recuerda la muerte del
dragón Doudou. La bestia es representada por medio de un gran títere de madera
manejado por hombres desde su interior (a semejanza del épico caballo de
Troya).
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