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viernes, 26 de abril de 2013

El dragón de wawel

Cuenta esta leyenda que cientos y cientos de años atrás, existía un terrible dragón que tenía su morada al pie de unas colinas llamadas Wawel, en el país que hoy se cono­ce con el nombre de Polonia.
La horrible bestia tenía sumida a toda la región en el terror y en la más honda de las penas, pues no sólo devoraba ganado en grandes cantidades, sino también a hombres, mujeres y niños.
Muchos fueron los caballeros que trataron de matarlo. La gen­te, al ver pasar a estos valientes, los saludaba desde las ventanas y les arrojaba flores. Ellos avanzaban enhiestos en sus brillantes ar­maduras y sus relucientes corceles. Pero ninguno de estos caba­lleros regresaba, pues el dragón los mataba a todos. Uno por uno, sin tregua y sin compasión.
Algunos temerarios y también algunos curiosos acompañaban a estos valerosos hombres cuando partían rumbo a la batalla con­tra la horrenda bestia, pero antes de que los contendientes se en­contraran frente a frente, los acompañantes se bajaban de sus ca­ballos y, apostándose en un lugar seguro, eran testigos de lo que allí ocurría.
Hubo ocasiones en que, antes de que los caballeros hubieran desenfundado sus espadas, el dragón los barrió con su aliento de fuego calcinándolos de tal forma que hasta fundió sus armaduras.
Advertidos de esto, otros caballeros, más rápidos y fuertes aún que los anteriores, cargaron contra el dragón con sus largas lan­zas, pero éstas terminaron partiéndose contra las duras escamas negras que recubrían el cuerpo del poderoso monstruo.
Ante tantos intentos fallidos en la empresa de aniquilar a esa maldita bestia de los infiernos, el rey se desesperó, pues ya lleva­ba perdidos a muchos de sus más fuertes y valientes caballeros. Hizo uso, entonces, de la última esperanza que le quedaba y man­dó a los heraldos a difundir una noticia a los cuatro vientos, que decía textualmente:

Aquel que mate al dragón se casará
con la Princesa, mi hija.

Firmado: Vuestro Rey

Algunos dicen que cientos, otros dicen que miles. Lo cierto es que muchísimos caballeros llegaron a las tierras del rey y se pre­sentaron ante él. Cada uno de ellos se declaraba como el caballe­ro que vencería al poderoso dragón, y luego partía con el corazón y el ánimo dispuestos y su penacho al viento, mientras el sol bri­llaba sobre su armadura y las armas se iban envalentonando con cada galope del caballo y con el entrechocar de metales. Pero nin­guno de esos hombres regresaba con vida.
El rey se sumió en la pena y la princesa en una angustia infi­nita, pues no sólo nunca se casaría, sino que el reino quedaría completamente devastado en poco tiempo, si alguien no detenía al dragón.
Krak era un joven zapatero que vivía en el reino. Era inteli­gente, muy trabajador y soltero. A medida que iban pasando los días, iba pergeñando distintas formas de destruir al dragón, pero su madre lo desalentaba.
-¿Cómo harás tú para vencer allí donde los más valientes ca­balleros han fallado?
Krak sabía que su madre tenía razón y que él no debía reali­zar ninguna locura, pero cuando se enteró de que el rey entrega­ría la mano de su hermosa hija a aquel que lograra matar al dra­gón, enseguida se le ocurrió una manera eficaz de hacerlo.
-Madre, prepara la torta más grande y más dulce que jamás liayas hecho, pues con ella mataré al dragón.
-¡Hijo mío, no hagas una locura, no quiero perderte!
-No me perderás. ¡Será el dragón quien pierda la vida!
-Hijo, quédate en casa trabajando, no cometas una imprudencia.
-Madre, el dragón devora gente y pronto no habrá nadie a quien remendarle los zapatos.
La madre hizo lo que el hijo le había pedido y preparó un gran pastel cubierto de azúcar y caramelo. La vieja mujer había usado iodo el contenido de su despensa para prepararlo.
(Ahora bien, en este momento de la leyenda hay dos versio­nes sobre el contenido del pastel: algunos dicen que el muchacho colocó sulfuro en su interior, y otros dicen que ahuecó el pastel y lo llenó de cal viva.)
Lo importante, sin embargo, es consignar aquí que el joven muchacho llegó con el pastel muy cerca de la morada del dragón. Allí vio que un árbol crecía con una rama retorcida y sobre ésta colocó el pastel, que por fuera tenía una apariencia y un aroma cxquisitos, pero cuyo contenido era letal.
El dragón, que siempre tenía un hambre insaciable, pronto sintió el aroma tentador de tan apetecible comida y salió ávida­mente en su busca. Al llegar al árbol la engulló de un solo boca­(lo, con rama y todo.
El sulfuro (o la cal viva) comenzó a producir su efecto en el interior del estómago del dragón, que corrió hasta las aguas del río Vístula y allí sumergió la cabeza para sorber todo el agua que pudiera de una sola vez.
Pero cuando el agua le llegó al estómago, la reacción se produjo. Y la enorme bestia, que según cuenta la leyenda había tri­lplicado su tamaño a raíz de los numerosos caballeros que había devorado, explotó con un gran estruendo.
El rey, al tomar conocimiento de la muerte de la bestia, se pu­so muy contento y se sintió inmensamente feliz, pues no sólo se acababan de liberar del dragón, sino que también él, por su parte, entregaría en matrimonio su querida hija a un empeñoso, astuto e inteligente muchacho.
Mucho tiempo después y tras la muerte del viejo rey, el prín­cipe consorte Krak fue elegido monarca de Polonia.

Todavía hoy se recuerda esta leyenda, y en honor a aquel gran za­patero, su capital fue bautizada con el nombre de Cracovia.[1]

0.125.3 anonimo (polonia) - 016




[1] La palabra Cracovia es una traducción de la palabra Krakow que deriva, a su vez, de Krak.

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