Durante la persecución a los cristianos bajo el
emperador Diocleciano, Margarita fue apresada y encerrada en una mazmorra por
haberse negado a casarse con el gobernador romano, prefecto de la ciudad de
Antioquía.
La tortura no se hizo esperar, pero la joven y devota
mujer no abjuró en ningún momento de su fe cristiana. Cuanto mayor era el
tormento que le aplicaban, mayor era la pasión con la que se aferraba a su fe,
pues Dios estaba en su pensamiento y en su corazón.
Una noche, luego de que los torturadores hicieran su
cruel y rutinario trabajo, la abandonaron como a una bolsa de huesos en un
rincón de la mazmorra y la dejaron sola y encerrada bajo llave, como siempre.
La joven Margarita comenzó a rezar, para tratar de
elevar su espíritu y distraer su mente del inmenso dolor del cuerpo, que
siempre la acosaba, aun después de transcurridas varias horas de la sesión de
tortura.
De pronto algo le llamó la atención: el silencio era
absoluto.
Se acercó, con sus piernas débiles y martirizadas, a
la puerta por donde habían partido los torturadores para intentar escuchar
alguna voz o algún sonido.
Nada. El más absoluto silencio: ni una ráfaga de
viento, ni un lamento de los demás reclusos, ni una pisada en el pasillo...
Margarita se volvió y el corazón casi le dio un vuelco
cuando se encontró con un gigantesco dragón negro. Allí, sí, allí mismo, dentro
de la estrecha mazmorra. Su cuerpo enorme la ocupaba toda.
Su cabeza estaba coronada por dos negros y gigantescos
cuernos retorcidos y era estirada hacia adelante. Filosos y aterradores
colmillos surgían de su boca horrenda. Sus alas eran como la de los murciélagos
y su cuerpo estaba cubierto de escamas como el de las víboras. Su piel emanaba
un hedor nauseabundo. Y sus ojos... ¡sus ojos eran lo peor! y su mirada era algo
insoportable de ver.
Y de pronto el dragón le habló:
-Soy el Diablo y he venido a rescatarte. Sólo tienes
que pedírmelo. Deja de rezarle a Él, no te responderá. Pierdes el tiempo.
Piénsalo un momento: si no salvó a su propio hijo, ¿por qué habría de salvarte
a ti? Si me pides a mí, yo te concederé lo que desees.
Margarita retrocedió como pudo hasta pegar su espalda
a la pared.
-¿Quieres salir de aquí? ¡Pídemelo!, ¡ruégame que te
saque de aquí y lo haré ya mismo!
La joven estaba maltrecha y no le restaban fuerzas
físicas para resistir, ni tampoco tenía lugar en la mazmorra como para seguir
alejándose del Diablo, pero su fe era inconmovible, y el hecho de que el
Maligno se apareciera ante ella para tentarla, la reafirmaba aún más.
-¡Nunca! ¡Nunca te pediré nada, Satanás! Soy una
sierva de Dios.
El Diablo abrió las fauces y le gritó con toda la
furia del averno y luego insistió con su propuesta, pero la joven santa se mantuvo
firme en su primera respuesta.
Entonces, al ver que la muchacha persistía en su
negativa, el Diablo abrió sus fauces y la engulló viva de un solo bocado.
La joven se encontró en la más completa oscuridad,
bañada en la sangre densa y tóxica del dragón y casi sin poder respirar por el
hedor que surgía de las entrañas de la bestia. Pero a pesar de todo la joven
Margarita siguió firme en su fe. No se dejó vencer ni por el miedo, ni por el
dolor, ni el asco, y con toda la fuerza de lo que su fe era capaz, hizo la Señal de la Cruz y clamó:
-Dios Todopoderoso: ¡Líbrame del Mal!
Y en cuanto terminó su clamor, en la oscuridad más
profunda de ese infierno bestial, el estómago del dragón reventó y Margarita
cayó al suelo viva y con su alma sana y salva.
0.176.3 anonimo (cristiano) - 016
No hay comentarios:
Publicar un comentario