La inmunda bestia atacaba, generalmente, a todos
aquellos que concurrían a la fuente a beber o cargar agua, aunque también había
noticias de que el monstruo violentaba a quienes se internaban en los bosques.
Nadie se atrevía a enfrentar a la terrible gárgola. Se
decía de ella las cosas más horrendas; incluso, algunos aseguraban que podía
apresar a una docena de hombres de un solo bocado y tragárselos vivos.
El arzobispo de Rouen, llamado Román, decidió entonces
ir a enfrentar a la bestia, pues estaba seguro de que con la ayuda de Dios todo
era posible.
El viaje podía ser largo y peligroso; pero Román
recordó las palabras de Jesús que habían llegado hasta él a través de la lectura
de los Santos Evangelios: "Si dos o
más se juntan en la tierra en mi nombre, lo que pidan al Padre el Padre se los
dará".
Por lo tanto, Román pidió a los cristianos de Rouen
que lo acompañaran, pero ninguno de todos los que estaban siempre presentes en
las misas y en las celebraciones religiosas quiso ir con él.
El golpe fue muy duro para aquel hombre de la Santa Iglesia , pues
ahora entendía por qué el demonio se hallaba en ese lugar, convirtiéndolo en un
páramo desolado. ¿Dónde estaban los hombres de fe?
Fue, entonces, en busca de soldados y carpinteros,
herreros y picadores de piedra. Pero nadie quería vérselas con la temible
gárgola.
Finalmente Román acudió a la cárcel y allí preguntó:
-¿Quién de ustedes me acompañará a enfrentar a la
gárgola?
-Pues nosotros... ¡seguro que no! -le respondieron los
presos; hemos cometido nuestros pecados y por eso estamos aquí, pero
preferimos pudrirnos en la cárcel que morir destrozados por esa bestia inmunda.
Pero uno de los hombres jóvenes que se hallaban allí
lo llamó:
-¡Arzobispo, no se vaya! ¡Yo lo acompañaré!
Román sonrió y aceptó la disposición del muchacho.
Hizo los arreglos necesarios para sacarlo de la cárcel y luego partieron juntos
al encuentro con la gárgola.
Ya cuando se hallaban caminando por el bosque el
muchacho le preguntó:
-¿Cómo matará a la dragona, Arzobispo?
-Con el poder de Dios -le respondió Román con rotunda
fe. De pronto llegaron a una zona del bosque cuyos árboles estaban
destrozados, como si algo muy grande y fuerte hubiera pasado entre ellos.
-Estamos cerca... -dijo el muchacho como en un
susurro. Román notó que los pájaros habían callado y el silencio se había
apoderado del lugar.
-No tengas miedo, Dios está con nosotros -le dijo el
arzobispo al pobre muchacho que temblaba de pies a cabeza y jadeaba como si le
faltara el aliento.
Siguieron avanzando y descubrieron muchos huesos humanos
y de animales esparcidos por el lugar.
-Por aquí debe de estar su morada -aseveró el joven
temeroso.
De pronto, como si hubiera surgido de la nada,
apareció una terrible cabeza tan grande y horrible que no es posible
describirla.
El joven convicto dio un alarido de terror y trató de
escapar, aunque resbalaba en los huesos que estaban esparcidos en la tierra y
caía una y otra vez.
-¡Reza conmigo! -le ordenó Román.
Luego se volvió hacia la temible gárgola y, levantando
en alto un crucifijo, le dijo:
-¡En el poderoso nombre de Dios, te someto!
La gárgola abrió la boca repleta de filosos dientes y
volvió a cerrarla, como si dudara.
El convicto se volvió a mirar lo que ocurría, pues no
había escuchado el esperado ruido de los dientes al cerrarse ni los gritos del
arzobispo.
Román gritó, entonces, por segunda vez:
-¡En el poderoso nombre de Dios, te someto!
La gárgola cerró la boca y bajó la cabeza, pero de
pronto tuvo como un ataque frenético y chilló mostrando sus dientes. Entonces,
Román hizo acopio de toda su fe y dijo por tercera vez:
-¡En el poderoso nombre de Dios, te someto!
La gárgola levantó su garganta y dio un poderoso
aullido, como si por allí dejara escapar todo el mal que había en su interior.
Luego bajó la cabeza y cerró los ojos, como si se encontrara dormida.
Entonces el muchacho creyó en las palabras de aquel
hombre de fe y en el poder de Dios.
-Es muy grande para los cuchillos y las espadas; sólo
lograríamos que se enfureciera. ¿Cómo la mataremos, Arzobispo? -preguntó el
muchacho acercándose a Román.
-Tenemos que sacarla de aquí.
El hombre se acercó a la terrible gárgola y tomándola
de una barba la condujo como una mansa criatura fuera del bosque. Entonces el
muchacho creyó aún más que antes. Creyó en la fuerza de las palabras que había
pronunciado aquel hombre de fe y en el poder de Dios Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
Una vez que salieron de la foresta, los hombres del
pueblo vieron aparecer a Román, al convicto y a la horrible gárgola, que caminaba
a paso lento totalmente sometida.
Entonces corrieron a buscar sogas y ataron a la
asesina criatura y la cubrieron de leña. Inmediatamente la prendieron fuego y
se quedaron allí observándola hasta que se convirtió en cenizas.
Hasta hace
algunos años aún se celebraba, en Rouen, la victoria de San Román sobre la
terrible gárgola, haciendo un desfile, prendíendo fuego a una imitación de la
dragona hecha en papel y concediendo el indulto a algún condenado en prisión.
0.176.3 anonimo (cristiano) - 016
No hay comentarios:
Publicar un comentario