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jueves, 25 de abril de 2013

San román y la gárgola

Cuenta la leyenda que alrededor del año 520 de Nuestra Era existía una terrible dragona que asolaba los alrededores de la región de Rouen, cerca del río Sena, en la actual Francia. La horrible criatura era conocida con el nombre de "gárgola".[1]
La inmunda bestia atacaba, generalmente, a todos aquellos que concurrían a la fuente a beber o cargar agua, aunque también había noticias de que el monstruo violentaba a quienes se inter­naban en los bosques.
Nadie se atrevía a enfrentar a la terrible gárgola. Se decía de ella las cosas más horrendas; incluso, algunos aseguraban que po­día apresar a una docena de hombres de un solo bocado y tragár­selos vivos.
El arzobispo de Rouen, llamado Román, decidió entonces ir a enfrentar a la bestia, pues estaba seguro de que con la ayuda de Dios todo era posible.
El viaje podía ser largo y peligroso; pero Román recordó las palabras de Jesús que habían llegado hasta él a través de la lectu­ra de los Santos Evangelios: "Si dos o más se juntan en la tierra en mi nombre, lo que pidan al Padre el Padre se los dará".
Por lo tanto, Román pidió a los cristianos de Rouen que lo acompañaran, pero ninguno de todos los que estaban siempre pre­sentes en las misas y en las celebraciones religiosas quiso ir con él.
El golpe fue muy duro para aquel hombre de la Santa Iglesia, pues ahora entendía por qué el demonio se hallaba en ese lugar, convirtiéndolo en un páramo desolado. ¿Dónde estaban los hom­bres de fe?
Fue, entonces, en busca de soldados y carpinteros, herreros y picadores de piedra. Pero nadie quería vérselas con la temible gárgola.
Finalmente Román acudió a la cárcel y allí preguntó:
-¿Quién de ustedes me acompañará a enfrentar a la gárgola?
-Pues nosotros... ¡seguro que no! -le respondieron los pre­sos; hemos cometido nuestros pecados y por eso estamos aquí, pero preferimos pudrirnos en la cárcel que morir destrozados por esa bestia inmunda.
Pero uno de los hombres jóvenes que se hallaban allí lo llamó:
-¡Arzobispo, no se vaya! ¡Yo lo acompañaré!
Román sonrió y aceptó la disposición del muchacho. Hizo los arreglos necesarios para sacarlo de la cárcel y luego partieron jun­tos al encuentro con la gárgola.
Ya cuando se hallaban caminando por el bosque el muchacho le preguntó:
-¿Cómo matará a la dragona, Arzobispo?
-Con el poder de Dios -le respondió Román con rotunda fe. De pronto llegaron a una zona del bosque cuyos árboles esta­ban destrozados, como si algo muy grande y fuerte hubiera pasa­do entre ellos.
-Estamos cerca... -dijo el muchacho como en un susurro. Román notó que los pájaros habían callado y el silencio se ha­bía apoderado del lugar.
-No tengas miedo, Dios está con nosotros -le dijo el arzobis­po al pobre muchacho que temblaba de pies a cabeza y jadeaba como si le faltara el aliento.
Siguieron avanzando y descubrieron muchos huesos huma­nos y de animales esparcidos por el lugar.
-Por aquí debe de estar su morada -aseveró el joven temeroso.
De pronto, como si hubiera surgido de la nada, apareció una te­rrible cabeza tan grande y horrible que no es posible describirla.
El joven convicto dio un alarido de terror y trató de escapar, aunque resbalaba en los huesos que estaban esparcidos en la tie­rra y caía una y otra vez.
-¡Reza conmigo! -le ordenó Román.
Luego se volvió hacia la temible gárgola y, levantando en alto un crucifijo, le dijo:
-¡En el poderoso nombre de Dios, te someto!
La gárgola abrió la boca repleta de filosos dientes y volvió a cerrarla, como si dudara.
El convicto se volvió a mirar lo que ocurría, pues no había es­cuchado el esperado ruido de los dientes al cerrarse ni los gritos del arzobispo.
Román gritó, entonces, por segunda vez:
-¡En el poderoso nombre de Dios, te someto!
La gárgola cerró la boca y bajó la cabeza, pero de pronto tuvo como un ataque frenético y chilló mostrando sus dientes. Entonces, Román hizo acopio de toda su fe y dijo por tercera vez:
-¡En el poderoso nombre de Dios, te someto!
La gárgola levantó su garganta y dio un poderoso aullido, como si por allí dejara escapar todo el mal que había en su interior. Lue­go bajó la cabeza y cerró los ojos, como si se encontrara dormida.
Entonces el muchacho creyó en las palabras de aquel hombre de fe y en el poder de Dios.
-Es muy grande para los cuchillos y las espadas; sólo lograría­mos que se enfureciera. ¿Cómo la mataremos, Arzobispo? -pre­guntó el muchacho acercándose a Román.
-Tenemos que sacarla de aquí.
El hombre se acercó a la terrible gárgola y tomándola de una barba la condujo como una mansa criatura fuera del bosque. En­tonces el muchacho creyó aún más que antes. Creyó en la fuerza de las palabras que había pronunciado aquel hombre de fe y en el poder de Dios Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Una vez que salieron de la foresta, los hombres del pueblo vie­ron aparecer a Román, al convicto y a la horrible gárgola, que ca­minaba a paso lento totalmente sometida.
Entonces corrieron a buscar sogas y ataron a la asesina criatu­ra y la cubrieron de leña. Inmediatamente la prendieron fuego y se quedaron allí observándola hasta que se convirtió en cenizas.

Hasta hace algunos años aún se celebraba, en Rouen, la victoria de San Román sobre la terrible gárgola, haciendo un desfile, pren­díendo fuego a una imitación de la dragona hecha en papel y conce­diendo el indulto a algún condenado en prisión.

0.176.3 anonimo (cristiano) - 016




[1] También recibe el nombre de gargouille y de gargantona.

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